EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Galiardo

27 de junio 2012 - 01:00

CON el jaleo de los rescates bancarios y de la crónica de nuestra ruina anunciada, la muerte del actor Juan Luis Galiardo no ha tenido la atención que merecía. Hay personajes con los que uno lamenta no haber podido compartir una larga sobremesa de confidencias, y Juan Luis Galiardo era uno de ellos. El actor de San Roque tuvo una vida de novela, con altibajos tremendos que lo llevaron de ser un galán envidiado por todo el mundo -volvió loco a Sofía Loren- a ser un alcohólico y un depresivo que se pasó muchas horas de su vida en la consulta del psiquiatra. Él mismo lo contaba con mucha gracia en las numerosas entrevistas que le hicieron, y aún no logro entender cómo es posible que nadie le animara a escribir sus memorias o a contarle su vida a un periodista. En uno de sus momentos borrascosos, Galiardo estuvo a punto de estrangular a Charlton Heston durante el rodaje de una película sobre Marco Antonio y Cleopatra. En otro momento estuvo a punto de quemarse vivo mientras rodaba una película de romanos en Italia. Pero Galiardo era un hombre vitalista que lograba salir del agujero trabajando sin parar. No he conseguido encontrar a nadie que hablara mal de él. No conozco a nadie que no elogiara su generosidad y su entrega.

Como actor, Galiardo hizo de todo, porque era un hombre excesivo que necesita contención y no siempre sabía encontrarla, pero tenía un talento inmenso que muchas veces no fue bien aprovechado. En sus grandes momentos podía hacer papeles extraordinarios, como el viejo donjuán don Álvaro Mesía en La Regenta televisiva, o el trémulo Caballero don Quijote de Gutiérrez Aragón -sin olvidar su extraordinario personaje en Familia, de Fernando León-, pero también hizo películas de trazo grueso, y otras incluso de serie Z en las que tenía que aparecer con el seudónimo de John Galli. Pero lo increíble de Galiardo era que al mismo tiempo que hacía todas estas cosas era capaz de hacer montajes de Shakespeare o Pirandello y de patearse los casinos de toda España, hasta que tuvo que pedir a la Policía que le prohibieran la entrada.

En estos tiempos, uno echa de menos a personajes como Juan Luis Galiardo. Divertido, seductor, irónico y excelente contador de historias, decía lo que pensaba sin cortarse un pelo y nunca se dejaba llevar por la dictadura de la obviedad. Uno lamenta que no tuviera mejores papeles, o que algunos directores no supieran hacerle controlar los excesos de su "galiardismo" para que saliera a flote el grandísimo actor que era. Por suerte pudo hacer las suficientes películas y obras de teatro que lo demuestran. Y ahora que las cosas se ponen muy feas, nos harán mucha falta el humor y la vitalidad de Juan Luis Galiardo, sobre todo cuando nos suban el IVA y empiece lo bueno.

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