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Electocracia

Si sólo estamos pendientes de quién gana unas elecciones y luego otras, terminamos perdiendo todos

Oyendo hablar a buenos aficionados sobre el futuro de los toros, confluyen en que el tiempo de las corridas, lento y ritual, marcha a contrarreloj de los hábitos actuales. Los jóvenes están acostumbrados a unos ritmos sincopados. El atletismo e incluso el fútbol ya se resienten de los problemas de atención de los más jóvenes, acostumbrados al videojuego, al videoclip y al clic de las redes.

Para remediarlo, proponen un reglamento menos estricto, donde haya más lugar para la improvisación; y también fomentar la competitividad entre toreros y ganaderías, con una especie de liguilla o copa del rey. Yo sé mucho menos, pero sé que el toreo hunde sus raíces en el rito y que todo lo que sea asimilarlo a un deporte lo desvirtúa. Claro que ha habido precedentes famosos de rivalidades apoteósicas, pero es una falta de respeto para el toro, cuya muerte requiere un marco sagrado y un valor individual, que no admite sumas, restas, comparaciones o empates. El torero no debe estar con el rabillo del ojo mirando a un marcador.

Esta extensión de lo deportivo a todos los estratos y actividades sociales conlleva una infantilización y una trivialización muy seria y peligrosa. En La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset ya advirtió contra la tendencia, que no ha hecho más acrecentarse e invade hasta los toros y la caza, lo que habría espantado especialmente al filósofo.

Por supuesto, al debate político se ha extendido del todo. Muchas cosas que hace Pedro Sánchez sólo se entienden porque tiene detrás a una hinchada de fans o de tiffosi y no a unos votantes afines pero independientes. Lo mismo puede decirse de otros partidos. Sería preferible que, como pasa aún con los toros, se percibiese el aura seria y trascendente de cada acto político auténtico.

No ayuda nada la inflación electoralista. Aunque irremediable, ya es un problema intrínseco de la democracia que haya elecciones cada cuatro años. Dificulta las políticas a largo plazo y los proyectos magnánimos. Pero, si a eso sumamos las elecciones municipales, las autonómicas y las europeas, no vivimos más que o en tiempos postelectorales o electorales o preelectorales o todos solapados. Así se arrasa con los proyectos y con el juicio reposado. Nos mete en una nerviosa competitividad pseudo deportiva. Eso es muy bueno para sorbernos la atención, pero muy malo para un gobierno eficaz y una responsabilidad política profunda y sopesada.

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