Yo no sé si Dios habita en la máquina pero, desde luego, la máquina se parece sospechosamente a Dios. Como Dios, la máquina (Google, Amazon, Twitter, Instagram, échele lo que quiera) parece saberlo todo, es omnisciente -la máquina sabe qué te interesa porque te vigila siempre, porque no hay secreto que escape a su mirada-. Como Dios, el carácter de la máquina es omnipresente. Y es un ente, podríamos decir, omnipotente. A sus adoradores/usuarios nos pasman estos atributos divinos y, como a un buen (por decir) Dios le entregamos temblorosos lo que sea. Nuestra alma. O, dicho en pedestre, nuestra identidad. A cambio, nos da un pedazo de sus dones: la ilusión de creer que sabemos de todo, que estamos en todas partes. La ilusión de ser queridos. Reverenciados, tal vez. Incluso nos caprichea con una pizca de eternidad, caducidad de servidores aparte. Nunca estuvimos, quién lo diría, tan cerca de Dios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios