Cambio de opinión

El mirlo se cree el dueño de mi jardín y, a veces, es desagradable, pero casi siempre se agradece

Aquel artículo contra el mirlo casi me cuesta un disgusto con Miguel d’Ors, mi maestro en esto, juntamente con Juaristi y Mario Quintana. D’Ors es un ferviente mirlófilo y yo soy filofiloménico. Esto es, que me gustan más los ruiseñores, como a Trapiello; y, sobre todo, los jilgueros, como a Eloy Sánchez Rosillo. El jilguero es el ave solar por excelencia. En realidad, tenía contra los mirlos su extremada territorialidad… ¡en mi jardín! Aquella vez vi a un mirlo, negro zaino y astifino, embestir contra una abubilla hasta echarla de mi casa. La cresta de las abubillas parece un capote de paseo. Aquella embestida intempestiva, interrumpiendo el momento sagrado del paseíllo de la abubilla, me puso furioso, por mucho que yo admire la bravura. En mi hospitalidad mando yo, que, a fin de cuentas, soy el presidente de la plaza. Por eso escribí aquel artículo.

Ahora, sin embargo, acabo de cambiar de opinión. O de tercio. Ya los mirlos se iban ganando poco a poco mi perdón. Sus potentes vuelos rasantes entre y sobre los espesos setos me sorprenden y admiran. Luego hay uno que siempre que doy clases por internet con la ventana abierta se encarama a la chimenea del vecino. Llega puntual y jamás hace rabona. Pero a mi clase no viene, sino que canta a todo pulmón como si dijese: “Déjate, que a Dante lo voy a explicar yo”; y para mí que lo hace mejor. En las bodegas Lustau de Jerez hay un mirlo que ha decidido vivir allí dentro. Le alabo el gusto, que él certifica cantando incluso mejor que el de la chimenea de mis clases, como es lógico. O sea, que me venían ganando el corazón.

Y hoy me han dado la puntilla. He visto a un mirlo arrancarse de lejos, he mirado contra quién, casi esperando encontrarme a un picador, de lo firme que era la arrancada. Embestía a una tórtola turca, de esas que se han convertido en plaga. La tórtola turca triplicaba en tamaño a mi mirlo. Pero el corazón desmesurado del mirlo, como el del toro, todo lo encuentra diminuto. La tórtola turca salió escopetada, sin hacer siquiera una tafallera en el aire, como sí hizo la abubilla aquella. Esta vez, contra las tórtolas, me pareció muy bravo. ¿Podrá ahora con las urracas?

El mirlo no sólo lleva al cuello un vendaval sonoro, sino que también es el guardián de mi jardín, y el enemigo de mi enemigo debe ser mi amigo, siquiera por gra

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