Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
LOS miembros de la Real Academia Española, una coluvie sospechosa que no canta en carnaval, ni carga en semana santa, tenían interés en rendir homenaje a Cádiz, con motivo del Bicentenario.
Para ello, los de la RAE, chusma que no sale en La Noria, insisto, pensaban desarrollar en esta ciudad una sesión extraordinaria. Se trataría de un acto formal, donde rendir memoria a aquellos intelectuales de una época, que creyeron en la fuerza de la palabra Constitución.
A tal fin, el director de la entidad, don José Manuel Blecua, consideró acertado telefonear a la alcaldesa de este chiringuito de playa, al objeto de participarle la deferencia que la Academia pretendía tener con la urbe.
Conviene aclarar que el señor Blecua es un caballero culto y, además de notabilísimo filólogo, ha ejercido como profesor universitario en Estados Unidos y México. O sea que, respecto a Cádiz y su idiosincrasia, anda tan orientado como un brigada amarilla en la Biblioteca Nacional.
Transcurrido un tiempo prudencial sin respuesta, el director de la Real Academia volvió a dirigirse al Ayuntamiento, para dar buen fin a la gestión.
Le explicaron que la señora alcaldesa tenía una agenda muy apretada y no disponía de un solo minuto para hablar con ningún académico, no sea que eso fuera contagioso.
Si el llamante hubiera sido Paquirrín o la Esteban, el asunto habría discurrido por otros derroteros. Con esos sí da gusto hacerse una foto. Pero, vamos, con una chusma que sólo limpia, fija y da esplendor al idioma.
Así que Ella, la que debe ser obedecida, continúa aún regulando la elíptica de los astros en torno al Sol y afinando la mecánica celeste del universo, sin que la Real Academia haya recibido tan siquiera un: por nosotros, ni se molesten, oigan.
¡Lastima! Para una vez que teníamos oportunidad de que los vocablos guachisnai y babetazo aparecieran recogidos en el Diccionario de la Lengua Española.
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