La esquina
José Aguilar
Felipe VI, más solo que nunca
Mi hijo daba vueltas vagabundas y lánguidas por casa. Le dije: "¿Tú sabes que los inteligentes no se aburren nunca, verdad?" Replicó: "Ni los locos tampoco". Me lo merezco. Yo le estaba citando un recuerdo de infancia del poeta Max Jacob, que una vez protestó: "Mamá, me aburro" y recibió esta respuesta maternal: "Hijo mío, sólo los imbéciles se aburren". Mi hijo, en cambio, constataba que sólo quien vive en una obsesión febril no se aburre nunca. El niño lleva razón contra Max Jacob, su madre y yo.
Como eso pasó hace unos cuantos días, he tenido tiempo de no aburrirme (ay) dándole vueltas. Porque también puede verse del revés. Y, por el otro lado, es igualmente verdad que aburrirse empieza a ser una garantía y una defensa de la salud mental.
Estamos rodeados de incitaciones a la diversión y al entretenimiento. Hablo por experiencia. Tengo una lista de películas por ver y de series por empezar que sobrepasa las que he visto y las que podría ver en toda mi vida, y se suman nuevas cada mes. Las plataformas de streaming me estresan. La lista de libros es peor, porque muchos me los he comprado ya, y me miran con ojos llenos de reproches económico-culturales desde los rincones.
El teletrabajo ha expandido, además, los horarios de reuniones. Y, por si quedase un instante libre: las redes sociales. El móvil espera agazaado un minuto de paz para reclamar nuestra atención estridentemente. Por si todo esto no fuera ya demasiado, los políticos no paran con su show. No dejan ni un segundo de aportar sensacionales noticias y escándalos a la causa del entretenimiento.
De pronto, guiado por mi hijo, he añorado muy profundamente una pizca de aburrimiento. Por salud mental. He creído recordar un libro que se titulaba El aburrimiento creador y he ido a buscarlo en la red. Era un artículo mío de hace más de dos años. O sea, que el tema me preocupaba desde hace tiempo.
El artículo no me está quedando muy divertido ni chispeante, pero es que la tesis que sostiene es que pasarlo bien no hace tanta falta como respirar de vez en cuando. Nada asfixia al alma como tener la atención reclamada a gritos y empujones por esto o por aquello. Respirar: silencio (inspirar) y atención (espirar). Si usted se aburre alguna vez, celébrelo con mi hijo. Si ha perdido la capacidad de aburrirse un poco cada día, laméntelo conmigo. Quede constancia de que en estas líneas no he hecho nada por entretenerle.
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