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El discurso del Rey (II)

Agradecería, la verdad, que Felipe VI le zurrara la badana, fuerte y flojo, a aquellos que vienen jodiendo la buena imagen de la jefatura del Estado, aunque sean los mismos que la levantaron en el pasado

Hace justo un año escribía que el discurso del Rey había sido poco más que un haz de buenas intenciones que habían coincidido con el sofocón de mi hijo al conocer la identidad secreta de los Reyes Magos (que no voy a desvelar aquí). El speech de esta noche, reconozcámoslo, lo vamos a ver por el morbo y por los memes. Felipe VI aparecerá en nuestras inmensas pantallas 4K escenificando a la perfección lo que más le interese: un marco convenientemente expuesto sobre una mesa, la foto representativa de la unidad de la nación, el nudo-soga de la corbata impecable y la gélida mirada fija, clavada, en nuestras pupilas

Antes de indignarnos, esperaremos diez minutillos de cortesía para confirmar que su majestad no afea ni condena públicamente la falta de estética de su padre emérito. A los padres se les perdona casi todo excepto que su egoísmo te cueste la corona; no ya por ti, sino por tu hija, cuyo futuro en este país tan hermano de aquel del 36, atestado de funambulistas, tramperos y sinvergüenzas, es una grisácea incertidumbre.

Yo lo agradecería, la verdad, que Felipe VI le zurrara la badana, fuerte y flojo, a aquellos que vienen jodiendo la buena imagen de la jefatura del Estado, aunque sean los mismos que la levantaron en el pasado. Sería la manera adecuada de recuperar la confianza de su pueblo, de coserle la boquita a los reaccionarios y de posicionarse con vigor frente a esos separatistas que consideran que el primer paso para socavar España es destruir la institución de la monarquía parlamentaria (aunque si fuera una república lo intentarían también, y si no que se lo digan a Companys y cía).

Por otro lado, tal y como finalice el discurso del Rey aparecerán infinidad de fotografías trucadas, gags cómicos y cutres montajes de Photoshop para solaz de todos aquellos que pululamos por los grupos de Whatsapp. Se ha convertido esto del meme en otra tradición hispana:  cachondearnos los unos de los otros hasta el Omega y sin denuedo. La guasa la orquestan los niños-rata de los partidos políticos (encargados de gestionar sus redes), utilizando la imaginación y el humor para destrozar la imagen pública de sus adversarios, plagar internet de bulos y maledicencias, generar falsos ejércitos de bots (que no de botiflers) que apoyan o atacan al unísono y proponen imposibles debates para la Nochebuena (laica, imagino).

Lo dicho, mantengo la esperanza, que dicen es lo último que se pierde. Ojalá el marido de Leticia sea hoy menos diplomático y especifique nombres y apellidos, cargos y paraísos fiscales; que atice con idéntica saña tanto a aquellos que se han ido del país con dinero negro como a los que quieren salirse del país para aflorarlo. Ambos merecen la misma censura y el mismo castigo; judicial, a poder ser. Es una esperanza, la mía, rayana en la fe ciega, tan romántica como derrotada; débil como un argumento de Carmen Calvo, inasible como un tuit de Errejón, falsa como un mitin de Casado y humillante como la sonrisa de la bella Corinna chequeando sus cuentas corrientes.

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