No creo en conjuras judeo-masónicas-marxistas, tampoco en una sublevación vaticana para dominar el mundo, y mucho menos en una guerra santa de supuestos infieles que quieren acabar con el mundo conocido.

Eso sí, creo en la estupidez humana, en la ignorancia, en la envidia, en el odio y en los enjuagues mentales que se inventan conspiraciones. Ese es el verdadero peligro de esta sociedad, en donde un día en un remoto lugar incendian una iglesia, queman una mezquita o asesinan a un misionero.

Más cercanos tenemos los asesinatos de inocentes, en donde hacemos un puzle y al ignorante alucinado le damos un por qué de su estúpida y malvada acción. Aquí, que un mamarracho pierda el tiempo derribando una cruz, levanta un debate en donde hasta las víctimas se conjuran con Recaredo resucitando un levantamiento del siglo VI como ejemplo de rabiosa actualidad, eso sí, a manos de ofendidos seguidores de una tendencia política que aun sin convivir con los visigodos, se cargó a la familia imperial a principios de siglo pasado allá por las Estepas, y se dedicó, aquí, al ladito de nuestras casas, a quemar iglesias y a matar curitas peligrosos hace menos de ochenta años. Seguro que también eran defensores del Concilio de Toledo.

En resumen, estupideces cometidas por estúpidos que siempre encuentran teorías que pueden ser justificación a sus acciones, aunque el origen se pierda en la noche de los tiempos. Por suerte para la amplia mayoría de personas la ignorancia, el odio, la envidia o esa simple estupidez apenas tienen cabida en quien razona, y entonces surge la pregunta, por qué, qué hace un grupo de adultos ocultos en la oscuridad con herramientas pesadas cortando una cruz de hierro, cuando al fin y al cabo yo, que ni me acordaba de esa cruz, ahora la tengo siempre presente en mi mente.

La estupidez, esa estupidez humana que apenas se para a pensar, al parecer siente oleadas de placer al ver cómo cae un símbolo, un símbolo que a fin de cuentas lleva mas de dos mil años levantando polvo en su caída y dando con cada golpe más que hablar.

Puede que sea cierto que el levantarla sea provocación, pero el hecho de que haya personas que se molesten en derribarla no es más que la mejor prueba de que provoca odio en algunos y esperanza en otros. Lo de Recaredo o Nerón, mejor lo dejamos para otro día.

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