Ahora que se ha puesto de moda relatar donde hollaba uno la tierra el 23F, qué hacía en el momento en el que Gutiérrez-Mellado ponía en su sitio a Tejero, y cómo los de derecha se hicieron de izquierdas y los de izquierdas se hicieron monárquicos, yo he memorado la época en la que un amigo me hizo escuchar algo de rap. No soy un experto en absoluto, digamos que he escuchado lo justo, algo de Jay Z y Eminem en inglés (Lose yourself), un poco de 50Cent, y cuarto y mitad de Violadores del Verso y, sobre todo, mi favorito, que es un sevillano que mezcla el rock con el hip-hop mientras juega al basket. Me refiero a Tote King.

Uno de sus temas icónicos, que a mí me encanta, es Mentiras, en el que con una letra elegante y ácida por igual desgrana las contradicciones y piedades que soltamos a diario los divinos, los humanos y los políticos. Al final, el rap es eso, la crítica social, la lucha de clases armonizada con las bases rítmicas, el desenfreno lenguaraz, el dardo en la palabra. Todo eso que no tiene ese niñito de papá que parece ser Hasél.

Pablo Hasél disfruta haciéndose la víctima mientras se viste con la toga de la libertad de expresión. Cuánta falta le hace a algunos conocer la diferencia entre pulla y polla. No es lo mismo el cinismo, la ironía, la crítica velada más o menos subrepticia, que el despiporre, la injuria o calumnia amparada en rimas consonantes y un tres por cuatro churripuerco. No creo que Hasél vaya a pasar al olimpo de los mejores raperos, la verdad. Su actitud demagógica, esos vídeos violentos que existen sobre él, su falta de arte y de compás al criticar cantando, no se compadecen con ese discursito bonachón de que el pobre va a la cárcel por opinar sobre el Rey.

Cuando chavea, en esa época en la que escuchaba vicios y virtudes recomendado por mi amigo, recuerdo que mi madre me decía que mi libertad acaba donde empieza la del otro. Esa confrontación de derechos es la que mucha gente no quiere entender, que para criticar a Hasél se le puede comparar con Leticia Sabater pero no decirle que es un corrupto al que debería ponerle una bomba lapa en el coche los de ETA. El matiz no es ni tan siquiera fino, sino, por el contrario, grosero.

En definitiva, lo que quería decir es que igual que no es escritor todo el que escribe, tampoco es rapero todo el que rapea, y en el caso concreto de Hasél, una damisela en apuros que quiere una celda VIP en la que pueda continuar sus estudios como buen preso político que es (según comentó su abogada sin partirse de la risa), injuriar o hacer apología del terrorismo no es rapear. Y con su mala praxis artística lo que hace es insultar a un gremio que no merece tan mala publicidad de un delincuente convicto y ventajista.

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