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Expresarse correctamente es un arte aprendido en el entorno familiar y en el colegio. Nadie nace sabiendo. Tras ver unos minutos algún programa de televisión y con invitados de cierto bagaje cultural, me siento a escribir con la sensación de que hablar bien ha dejado de ser primordial.

El lucimiento de algunos y la forma de presentar algo, ha llegado a ser más importante que el enunciado del propio mensaje.

Expresarse correctamente requiere saber distinguir a quien tenemos delante. No es lo mismo dirigirse a un anciano, a un profesor o a nuestro amigo. La mayoría de las personas pensamos que hablar bien, sin cursilerías ni vulgarismos, dará más posibilidades a las nuevas generaciones de resolver su futuro.

Expresarse correctamente requiere voluntad de aprender. Si usted no sabe cómo decir algo pregunte a quien sepa. Busque, piense y tome la decisión adecuada. No es callarnos, es saber decir aquello que queremos sin exageraciones ni ofensas. Requiere un ejercicio de humildad.

Una amiga me ha pasado un libro muy interesante, de título horrible: Las 101 cagadas del español. Un libro necesario por lo que pudimos olvidar y porque, nos demos cuenta o no, tenemos que resanar las mentes de esas expresiones repetidas en los medios. Es lectura de papel y apuntes.

Algunas de las expresiones incorrectas, a fuerza de oírlas, las acabamos incorporando al lenguaje cotidiano o a la escritura. Confieso que me ha venido bien repasar o aprender algunas. A modo de ejemplo les acerco el hecho de expresarse con duplicidades:

Asumo, señores lectores, que esta forma de hablar se hizo con muy buena intención pero, personalmente me resulta cansino tenerles que decir: “asumo señores lectores y señoras lectoras que…"

Recuerdo las filas de los pequeños del colegio: "Voy detrás tuyo” en vez de “voy detrás de ti”. O “ven detrás mía” por “ven detrás de mí”.

Me intranquiliza que no se controle lo que está pasando entre los niños y jóvenes. Que algunos, por atender a otros asuntos, no consideren imprescindible el aprendizaje de nuestra lengua. Se trata del derecho a conocerla. De la necesidad de enseñarla con eficacia.

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