A fecha de mediados de mayo pasado, constaban en el registro de demanda de viviendas en alquiler publicado por Suvipuerto más de cien ciudadanos solos o en compañía de sus familias que, una vez baremados por sus circunstancias personales, están a la espera de poder acceder a un cobijo digno dentro del parque de viviendas de titularidad municipal.

Todos los días se incorporan nuevos demandantes al Registro Público de Demandantes de Viviendas Protegidas. Leído este dato así a la ligera puede incluso pasar hasta inadvertido, pero si paras un poco y reflexionas sobre el asunto, te das cuenta que en muchísimas ocasiones determinadas hojas de nuestra Carta Magna se convirtieron en papel mojado desde el mismo día que entró en vigor a finales de 1978. Y claro, con este percal por delante no puede uno dejar de mirar, admirar y agradecer al mismo tiempo, las más de 3.000 viviendas que se construyeron en El Puerto de Santa María en la década de los 70 del siglo pasado por el Patronato Municipal de la Vivienda ‘Ntra. Sra. de los Milagros’.

El alcalde de turno era su presidente, y un Hijo Predilecto de la Ciudad, Manuel Rebollo Laínez, su primer y único gerente que, bajo su gestión, se logró erradicar en gran medida unas viviendas que entonces carecían de las mínimas condiciones de salubridad y habitabilidad, viviendas con retretes compartidos y cocinas de olla grande a pie de patio. Malacara, Los Milagros, Pinillo Chico y El Tejar entre otras tantas, son nombres de barriadas que dignificaron a través de sus casas las vidas de muchas familias porteñas. Casas que se vendían sin entrada, financiadas con cómodos pagos mensuales. Rebollo impulsó el Patronato sin que la Constitución del 78 se atisbara ni por asomo, luego, pasados unos años, ya con la Carta Magna en la mano, lo liquidó, y con el capital que todavía conservaba tuvo a bien repartirlo en la ciudad a diversas entidades que trabajaban con colectivos desfavorecidos. Y propició también la creación de la actual empresa de Suelo y Vivienda. A veces hay que mirar lo bueno que se hizo para seguir avanzando sin necesidad de especular con la desdicha ajena.