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Escribo este artículo horas después de haberme despertado con la noticia del desahucio de los restos, hasta hora inmortales y ya mortales, de Queipo de Llano y su mujer de la Basílica de la Macarena. Unos días antes, el 21 de octubre, entraba en vigor en España la Ley de Memoria Democrática. Una Ley totalmente justa, y que ya tocaba, que Feijóo ha prometido derogar si llega al poder, aunque ya estamos acostumbrados a que el PP no apoye las leyes que luego utiliza. Al mismo tiempo en Andalucía el grupo ultra VOX presentaba en el Parlamento Andaluz una Ley de Reconciliación cuyo único fin es derogar la Ley de Memoria Histórica. Pero existe una realidad en España y es que la historia no tiene memoria. Durante el tiempo que duró el régimen anterior, hubo una insistente misión de que la sociedad se olvidara de la memoria. El miedo por la dureza de la represión hizo el resto. En las casas no se hablaba de lo sucedido y si alguien se aventuraba a recordar algún suceso, se hacía de una manera silenciosa, en blanco y negro, provocando que los que lo escuchaban salieran en estampida. No podía haber conversación del pasado, no había memoria. Este olvido se fue heredando a una generación que vivió el pasado a una generación que era el presente y el futuro. El silencio se pasó de abuelos a padres y de padres a hijos. Hoy es muy difícil recuperar la memoria porque no se reconoce ni se sabe por una nueva generación el pasado.

Mis hijos no saben quién era Queipo de Llano, por consiguiente, a ellos y su generación les da igual que lo hayan cambiado de domicilio. Pero una vez enterados de la verdadera historia, de lo que hizo en vida este general, se quedan extrañados de que pudiera estar enterrado en una iglesia. Porque esta nueva generación puede que no haya recuperado la memoria del olvido, pero sí tiene saber para extrañarse de que en una iglesia este enterrado un criminal de guerra, ellos creen que las iglesias están para otras cosas.

Pero sí hay una generación de familiares que, este jueves, estará muy contenta porque después de muchas décadas, demasiadas, se ha hecho justicia. La Ley de Memoria Histórica es una ley de justicia y como tal se debe interpretar. Habrá quien la interprete, sobre todo los que no quieren justicia, como un asunto de revancha, de revolver el pasado, de los que creen que unos españoles deben estar en las iglesias y otros en las cunetas. Los que creen que los altares deben de estar solo para un tipo de españoles En pleno siglo XXI es una gran anomalía que las iglesias acojan en su seno a asesinos de guerra. La Iglesia es otra cosa, es de todos y por lo tanto no debe haber distinciones como sí lo había en el reciente pasado. Queda mucho por hacer, recuperar la memoria debería ser una prioridad en las democracias y por supuesto darle un lugar digno a tantos españoles, porque también son españoles, que quedan repartidos por las carreteras.

Estoy seguro de que ahora la Macarena está más feliz.

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