Hace ya muchos años que el autobús no pasa por la calle García de Sola. Cuando lo hacía, y en la casa natal las ventanas estaban abiertas para aliviar el calor del verano, el ruidoso paso del bus acelerando coincidía, casi siempre, con el diálogo más importante del programa que estaban echando en la tele, ya fuera una serie, una película o el mismo telediario. El ronco bramido del motor ponía entonces de los nervios a la familia, que había perdido el sentido de la escena clave sin posibilidad entonces, como existe ahora, de pausar la emisión y rebobinar para escucharla de nuevo. Antes, la tele era como la vida: una experiencia efímera y caduca sin tiempo para rebobinar y entender mejor el presente, generalmente comprensible solo cuando ya es pasado y el futuro se convierte en inevitable. Cuánto daríamos a veces por detenernos, volver atrás y vivir de nuevo sabiendo lo que viene por delante.

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