De un tiempo a esta parte me ha dado por preguntarme qué porcentaje de vida dedicamos a la ficción. Me explico. Vivimos inmersos en la bulla del día a día, enfrascados en resolver problemas desde el insignifiante qué vamos a comer hoy a la preocupación por nuestros mayores o qué hacer para llegar a fin de mes, cada cual con sus cuitas. Luego, una vez aplacados los picos de intensidad, se ansía el respiro, un rato al sol, una cerveza en la calle, un ratito de manta y sofá…

En este punto, muy pocos son capaces de quedarse sin hacer nada, paladeando la pausa. Contra el temido horror vacui, se suelen buscar formas de evasión: series, novelas, películas, partidos, juegos, compras, viajes, cualquier cosa antes que no hacer nada y dar entrada al pensamiento. “No me ralles”, dicen los adolescentes cuando se les enfrenta a una situación comprometida que obliga a la reflexión. Y para no rallarnos, nos lanzamos a buscar una distracción a la que agarrarnos.

Pero es raro, ¿no? Quiero decir, que los únicos seres con conciencia de serlo necesiten olvidarse de ello para no ser infelices. Y sin embargo así es. Necesitamos nuestra dosis de ficción para no perder pie. Valgan como ejemplo las series. Hoy día, uno de los temas de conversación más manidos es el de ¿tú, qué series sigues? Entre zombies, nazis, vikingos, bufetes de abogados, fenómenos extraños y enredos políticos, hay quien se pega unos atracones de empacho, liquidándose una temporada completa de una tacada o dos.

Yo soy consumidora de series, pero moderada, incapaz de ver más de un capítulo seguido sin perder interés. Y lo más curioso es que me acabo de dar cuenta de que realmente, salvo raras excepciones, en quien estoy interesada es en los personajes pequeños, normales, gentes que viven su vida con baches y la sortean con buen humor. Mira lo que has hecho, de Berto Romero, Vida perfecta, de Leticia Dolera, la británica Catastrophe... En resumidas cuentas, que mi evasión consiste en diluir mi vida en la vida ficticia de personas tan normales y faltas de brillo como yo. Lo demás, la ciencia ficción, los zombies y los enredos políticos, para mí, son ruido. Raro ¿no?

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