Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

Vuelve a ocurrir. Es sueño en duermevela. Navego en un libro. Nos coge el temporal de las metáforas. Su agua sube sobre nosotros. Golpea como un púgil rellenado de odio. Pero el mar no siente. El mar, ubre bronca de nubes, como escribe Juan Mena, aldabazo en las rocas, hiere los sentidos, mueve la muerte como un cisma de aguas.

El mar con sus gorgonas gigantescas, cabelleras de esquirlas y vacíos, hunde su densidad bajo sus olas, entierra playas y barcos y deseos. Ciego bosque de agua. Muere en sus nieblas. Hipocampos estigios cruzan tanta marea. Viejos pecios afloran para sentir el viento, viejo telar de gotas que se suman al arte de soñar.

El terror con su oleaje interno ha visto abandonos de náufragos desde que el mundo es agua, donde todo diluvio es honda y piedra ante Goliat. Empecé a leer el libro de Juan Mena, Verbo no siervo, árbol de las metáforas, cuando devoraba Moby Dick, que aguanta inmortal como la vieja mar que todo lo revuelve. El mar muerde con uñas apretadas y le sangran las manos en la costa. No sé si soñé o lo percibí extra corporalmente. A lo mejor el alma es algo más que nuestro pequeño y ambicioso pecho. El blanco espectro de la espuma se alzaba ingente, ciego, alto sobre simas efímeras y sordas. El estruendo sin aves soñaba cataclismos más inmensos. Mi admirado colega y profesor de antaño seguía: jungla de espesas olas, dragón de estruendo y vidrio, combate de oleajes, cruce de lanzas de agua.

El ansia heráldica del mar mordía la costa, como si no existiera. Y, con la forma de soñar, imaginé el horror en el Pequod con sus destilerías encendidas.

A cada cabezazo del barco, sentía el aceite hirviente de la espuma, el hielo vivo de la mar cuando la sombra es hacha en su soberbia. Socavón insaciable, lengua inmensa de agua…seguía Juan Mena en mi cabeza. La mar es un planeta dentro de otro planeta. Me imagino la gente que se ahoga, la gente que luchó contra ese viejo mar de canas y ladridos que entierra su verdad. Todos somos una gota de nada ante la nada de la muerte.

¿Qué somos en medio de todo aquel vacío? Cadalso, Rousseau y Salomón no pudieron ser más pesimistas, más lacónicos, más dolientes. El hombre todo es vanidad. Todo. ¿Para qué atesorábamos poemas en medio de la tromba? Porque la metáfora nos redime de nosotros mismos.

Todo sonaba como el viento cuando choca en su origen. Hay una revelación que es dolor. Pero hay un dolor que es sabiduría. Imposible de transmitir. Revelación ultrasensorial y efímera como la inflamación del oleaje, las maderas crujientes, el verde mate de la espuma vieja cuando vuela en metralla. El hielo absurdo de su ira, manoseando abismos y montañas. El agua existe afantasmando el miedo y el obscuro absoluto de la noche…

Sigo leyendo a Mena. El tumulto y el viento aún seguían. El oleaje en pleamar. El desandar del agua sobre el agua. El vallado rodante con sus algas, los tendones cachones. Bravo y perverso. Claveteando conchas en la arena, tallando piedras, sombras, siluetas, demasiados esbozos para quedar. Agua, viento, locura, mar de leva, cuando crujen las amarras en las bitas y la mar de fondo hincha su corazón terrizo.

Inacabables cimas, metralla de mechones, alas de ángeles caídos, la vieja espuma alzada. Erupción de las aguas, escarchados de cúmulos internos… Sangre nutricia y acre, la antigua piel del mar.

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