Inflación dura, salario remolón

Mientras en la clasificación de inflación puntuamos bien; en el de ajuste salarial vamos a la cola de la OCDELas empresas deberían subir sus salarios según sus beneficios, sin automatismos

A ustedes les pasará lo mismo: salir con treinta euros a tomar algo con su pareja -y no digamos también con sus hijos- es garantía de tarjetazo como complemento de pago de la convidada; ir al super o al colmado bien puede costarte el doble que hace entre dos años; reformar su cuarto de baño le saldrá ahora por dos ojos de la cara, en vez de uno como en 2021. Este pequeño panorama costumbrista se debe a una inflación tan desencadenada como el esclavo que rompe en pistolero en la peli de Tarantino, Django: el alza continua e imparable de los precios tirotea y agujerea los bolsillos de la gente de a pie, y a estas alturas del curso acelerado en la materia -a la fuerza ahorcan-, ya ha sido explicado el proceso inflacionario como un sistema de causas derivadas de una primigenia: el alza de precios de la energía, aunque hay otro factor no medido ni bien ponderado como es el clásico pícaro "meter el lápiz" en las facturas, o -me repetiré por enésima vez- por el Efecto Pisuerga: ya que todo sube, voy a ganar yo un buen pellizco extra: "Señora, es que a mí todo me sube también" (y la señora, para sus adentros: "¿Seguro que tanto, granujilla?"). No hace falta ser David Ricardo ni Malthus para reconocer que si los salarios permanecen igual en un proceso inflacionario, el poder adquisitivo de las familias mengua: los salarios nominales no mantienen el ritmo de la inflación. Es ésta, por tanto, una especie de impuesto silencioso: con la misma nómina cada vez se pueden adquirir menos bienes y servicios. Otro tanto pasa con la capacidad de ahorrar.

Recordemos que hicimos un curso exprés más o menos homologado sobre mercados financiero e inmobiliario, prima de riesgo y deuda entre 2008 y 2010, y otro sobre epidemiología -este con menos títulos que una liebre- entre 2020 y anteayer mismo: ahora toca el de inflación, una variable económica que cogía polvo en los divanes de la política económica occidental desde hace tiempo. Para poner una guinda opinativa a este breviario, diremos que las empresas no deben subir automáticamente los salarios en función del aumento de la cesta de la compra o IPC -el índice con que se mide la inflación a partir de los datos de la Contabilidad Nacional-, sino que para no dañarse ni dañar al sistema deben hacerlo en función de sus beneficios. Rebajarlos cuando hay pérdidas es un tabú. Pues bien; en este estado de cosas inestable, la OCDE acaba de publicar su informe Taxing Wages 2023, que relaciona la variación de los salarios brutos y de la inflación, y, como ratio entre ambos, estima la variación del salario real: para cuánto te da la paga, vaya.

España sale mal parada. Y eso, aun teniendo en cuenta que nuestro país ha lidiado bien con la inflación del periodo considerado -el último calculado oficialmente-; en el entorno del 8,5% de incremento de precios, al nivel de Suecia, Alemania o Estados Unidos, algo mejor que Bélgica o Países Bajos, y mucho mejor que los campeones, Turquía (¡73%!) Estonia y Lituania (20% y 19%). Todos mucho peor que los dos campeones de verdad, Francia (5,9%) y Japón (2,3%): el efecto de una energía barata, autónoma... y nuclear. Si en inflación estamos entre los buenecitos de la clase de 38 países ricos (la OCDE), en el ajuste de los salarios a la subida de precios vamos remolones: en ese ranquin de maletas sólo nos superan países como las propias Estonia y Turquía, Grecia o Lituania. La conclusión práctica refrenda el breviario teórico de arriba: el españolito asalariado sufre más que proporcionalmente que sus parientes OCDE. Gana la macroeconomía (las grandes cifras agregadas nacionales); pierde la microeconomía (las empresas e individuos). Nuestras empresas no dan para más salarios, porque ganan poco. Una cuestión de valor añadido, sin permiten la puntilla.

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