Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

P OCO antes de fallecer, hace unos días, casi en el olvido por desconocimiento de las nuevas generaciones, Los Javis anunciaron uno de esos homenajes que necesitaba la figura del cineasta y guionista Jaime de Armiñán, pionero en escribir ficciones para TVE. Netflix ha encargado una nueva versión de Mi querida señorita, filme realmente revolucionario en el cine español, que se ha ido revalorizando con los a ños y que sólo la censura impidió que en 1972 fuera aún más osado. José Luis López Vázquez, doblado en su rol de señora, está tan inquietante como entrañable. Los Javis tienen ahora la responsabilidad de elaborar un Mi querida señorita contado a los españoles de hoy pero reclamando con justicia sobre lo que se proyectó en 1972. Tal vez Javier Gutiérrez es el mejor López Vázquez, que siempre estuvo grandioso, que tenemos hoy.

Como observador inquieto y afilado en crear autenticidad desde el costumbrismo, las dos temporadas de Juncal son un monumento televisivo en los años en los que la cadena pública, sin apenas competencia, cuidaba sus series nocturnas como producciones de prestigio. Armiñán dibujó la vida cotidiana de nuestros mayores y se empeñó en mostrar la realidad de puertas para adentro peleándose con los censores, fijándose en las telecomedias británicas y estadounidenses. Para él fue una divertida liberación escribir Historias de la frivolidad, es decir, historias de la censura, con Narciso Ibáñez Serrador para que fuera escaparate en el extranjero. Adolfo Suárez, director de TVE, sabía que desde la pantalla se podía sabotear sutilmente a la dictadura desde dentro. Es ya una anécdota mítica de aquellos años: para que Historias de la frivolidad pudiera presentarse en los festivales la emitieron tras el himno de cierre, cuando se suponía que Franco y sus chivatos se habían ido a dormir.

El prolífico Armiñán fue figura pionera e innovadora en la televisión, con valiosas historias en blanco y negro. Arqueología que está en el aire. Y ha muerto más bien en la indiferencia.

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