A veces quiere uno volver sobre sus pasos para reencontrarse con lugares, personas y situaciones que desgraciadamente ni estarán ni volverán a situarse en el orden de los tiempos. Ya nos pone sobre aviso el escritor italiano Carlo Rovelli, cuando asevera que “el tiempo es como tener en las manos un copo de nieve: mientras lo estudiamos se nos derrite entre los dedos hasta desaparecer”.

Hace unos días paseando por mi calle de nacencia, aquella que en su día glosó José Luis Tejada de tanto quererla tanto, casi no la reconocí por lo desajustada que se hacía a mis ojos con arreglo a los recuerdos de juventud. Me faltaban las piedras y las losas de tarifa de las bocacalles de Postigo y Meleros, de Zarza y de Cruces. Me faltaban las casas de vecinas y vecinos a los que acudía para el desavío de última hora. Me faltaban los patios con la mezcla de olor a guiso y azahar que inundaban las casapuertas de acera en acera. Me faltaba Mariquita la del Lunar enviándome al almacén de Rafaé, que ya no está en su esquina de siempre porque es uno más de tantos almacenes perdidos.

La mal entendida globalización y las cuentas de resultados con su avaricia, están aniquilando a marchas agigantadas los pequeños detalles de vida, de nuestras vidas, que son los que en puridad merecen la pena ser conservados. Los números que priman sobre las personas son dígitos equivocados y mal paridos cuando los beneficios superan las expectativas. Ya lo dijo el Papa Francisco el pasado 1 de mayo: “Que a nadie le falte el trabajo, la dignidad del trabajo y un salario justo”.

Nuestros ultramarinos y/o almacenes, situados estratégicamente entre el corazón y las entrañas de las calles de El Puerto, sostenían como pólizas de crédito sin límite alguno y sin intereses de demora a las familias de su entorno, que debido a las necesidades de la época y a las grandes proles que mantener, acudían un día sí y otro también a que el almacenero de turno les fiara hasta final de mes medio kilo de garbanzos remojaos o un buen papelón de sardinas en arenque previo paso por el quicio de alguna puerta. Eran héroes de babi gris y manos grasientas con la bondad por bandera, la única inversión que nunca falla.

manolomorillo@soydelpuerto.es

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios