Marta Carrasco está de gira con Perra de nadie. Llegó al FIT de Cádiz la lluviosa tarde del sábado. El espectáculo, concebido, interpretado y codirigido por la propia Carrasco, ha obtenido premios y menciones. Su artífice también ha logrado el reconocimiento a su trabajo a lo largo de su ya dilatada carrera. Quizás por eso, pese a que la tormenta no estaba dispuesta a dar tregua, la sala estaba llena y hubo gente que se quedó en la puerta sin poder entrar.
Perra de nadie nos remite a un ámbito nunca suficientemente explorado, pese a la evidente importancia que las cuestiones de género tienen en la sociedad actual: el de la mujer salvaje, libre, sin ataduras, capaz de decidir sobre su propio destino y, por estos motivos, sola, despreciada, tachada de loca, ninguneada. Perra de nadie por renunciar a tener amo, siempre en los límites de la marginalidad. Marta Carrasco nos pone frente a frente a estas mujeres. Ante el espectador se muestran con su apabullante presencia, con su alocado desparpajo, también con su silencio y sus miedos. Algunas representan estereotipos conocidos –Carmen o Judith– y todas ellas son símbolos de la misma alegría, que es a su vez una insondable tragedia: la de renunciar a todo para ser ellas mismas.
Para encontrarse es necesario despojarse, por eso la primera de estas mujeres se desprende de los aparatos ortopédicos y del miriñaque que la constriñen. Libre físicamente, el animal despierta para dejar atrás las convenciones. A veces esta libertad implica provocación, otras, resistencia. En todo caso, ironía y sentido del humor. También agradecimiento y nostalgia, confirmación del camino elegido.
La propuesta de danza-teatro de Marta Carrasco pretende ser revulsiva. Su discurso argumental está diseñado para que nadie permanezca indiferente. La puesta en escena es brillante. El vestuario cobra un especial protagonismo: ayuda a definir a cada uno de los personajes, pero también se constituye como elemento esencial de la dramaturgia. La música remite a emociones compartidas, reconocidas por el espectador.
Carrasco se enfrenta sola al dilema que supone ser una y muchas a la vez y lo hace en cuerpo y alma, siempre atenta, además, al público. Por eso, quizás, no busca la perfección, sino el entendimiento. Obvia el virtuosismo en el desarrollo de la coreografía para entregarse en cada gesto. Y, para acabar, decide compartir el espacio escénico con el público, que baila con ella en un alegre fin de fiesta.
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