Más allá del Carnaval

Estreno de 'El Selu. El Musical' | Cádiz es Broadway con más 'poca vergüenza'

  • La propuesta, que se repite este 29 de noviembre, pone el punto y final al XIX Festival de Música Española de Cádiz ante un Teatro Falla abarrotado y entregado

'La Pepi' y 'El borracho', en una escena de 'El Selu. El Musical'.

'La Pepi' y 'El borracho', en una escena de 'El Selu. El Musical'. / Julio González

A riesgo de que el pobrecito Stephen Sondheim se revuelva en su tumba, vamos a tirar de chovinismo tras el estreno de El Selu. El Musical para afirmar que Broadway es Cádiz con más billetes y Cádiz es Broadway con más poca vergüenza. Faltan luces, sí, y más brillo, también un poquito de matices en la interpretación, por qué no decirlo, pero desde luego el ingenio, talento y riqueza musical de nuestra tierra y nuestra fiesta patria, el Carnaval, no palidecen frente a la red de espectáculos teatrales neoyorkinos. Y hasta, quién sabe, si el mismísimo letrista de West Side Story, que falleció este sábado, se lo hubiera pasado igual de bien que el público que este domingo abarrotaba el Gran Teatro Falla para asistir a la puesta de largo de la propuesta dramática de estos veteranos chirigoteros que puso punto y final al XIX Festival de Música Española y que, además, se repite esta noche.

Alharacas gaditas aparte, El Selu. El Musical se erige como un producto muy digno, trabajado por los componentes de la chirigota de José Luis García Cossío y deliciosamente arropado por un conjunto de músicos, liderado por el pianista Javier Galiana, que aporta clima, intención y distinción a la obra.

Así, los ambientes jazz, blueseros y hasta copleros aportan ese extra que desvinculan la dramaturgia del plano exclusivamente de febrero pero sin caer en melodías simples y machaconas con lo que, paradójicamente, acercan el compás de este musical a la propia raíz de las creaciones carnavaleras que la forman.

Porque Selu para su musical no renuncia al Carnaval, no lo maquilla, ni lo esconde. Es más, el respetable debe haberse leído los libros para disfrutar al cien por cien de esta película. Porque son los personajes de algunas de sus más emblemáticas chirigotas –de La Maruja, al Enterao, de la Suegra al Marido Complaciente, del Lacio al Pesao– las estrellas de un musical que se nos antoja como una ventana a la que asomarnos un día cualquiera a esa especie de Macondo donde siguieran viviendo las creaciones de Selu toda vez que cada año la Bruja Piti prende en llamas.

Un mundo paralelo, un Cádiz aun más surrealista que el propio Cádiz (y ya es decir...) en el que La Pepi es la madre de Mari Loli, en la que el Banquero quiere convencer al Lacio de meterse en la condena de una hipoteca, en el que la Maruja es nuera y La Pepi una caletera de pro...

Un universo (¿selusiano? ¿cossiniano?) fruto de un big bang de cuartetas de popurrí, parodias de presentaciones y manojitos de pasodobles (se echa de menos alguno más) que implosiona y se dobla y se desdobla sobre sí mismo hasta el punto de que no importa si uno de esos personajes (el inolvidable Borracho) es una especie de narrador y si otros pocos (el Enterao, el Pesao) se salen de su propio planeta para atravesar la puerta en el otro sentido y colocarse del lado del espectador.

El resultado es un musical divertido, un tanto extraño, pero, decididamente, alejado del concepto de simple antología que es el principal riesgo que se corre al afrontar este tipo de propuestas. Sin embargo, nos corroe la duda de si la experiencia puede resultar satisfactoria si el asistente no maneja referencia alguna de ninguno de los personajes protagonistas (¿funcionaría?).

Desde luego, este 28 de noviembre en el Teatro Falla no hubo alma que no supiera qué viento es el que sopla cuando “yo hago así, pin, pin, pin, pin, pin...”, cómo hay que hacer las papas, con qué pan hay que comerse “los bocadillos así de grandes” o que la política en España sigue el mismo mecanismo que bailar un tango... Vamos, que complicidad, ni cariño, faltaron.

Sí se echó de menos algo más de alegría en la minimalista escenografía, cierta definición del sonido de parte del repertorio hablado (parece que al patio de butacas llegó con más claridad que en las zonas superiores del coliseo) con lo que se perdían ciertos golpes de una propuesta que, con todo, no perdía el brío con las interpretaciones, sobre todo, de Jose Mari Niño Malet, de Julián Gadeo Marcos y del propio Selu, que con acierto soportaron el mayor peso interpretativo.

Hay mimbres, sí, hay intención, y hay seriedad. Toda la necesaria para que la gracia de Cádiz suene a musical.

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