Cultura

Frente al Divino

  • Un recorrido por las obras más destacadas de la última exposición temporal sobre Luis de Morales

La recreación del ambiente consigue su objetivo. Ya no estamos en el Edificio Jerónimos del Museo Nacional del Prado, hemos viajado atrás en el tiempo, a la España del siglo XVI. Las paredes color púrpura crean un ambiente de meditación y tranquilidad, resaltando aún más el carácter divino de el Divino. Del Divino Morales, del pintor extremeño Luis de Morales, protagonista de la última exposición temporal que alberga la pinacoteca madrileña hasta el próximo 10 de enero.

“El objetivo de esta muestra es poner en valor la obra de este artista y para ello hemos hecho un gran esfuerzo por rescatar su figura”, explica la profesora de esta institución Maite García-Mina en una visita privada en la que participa Diario de Cádiz y con José Pedro Pérez-LLorca, presidente del Patronato del centro, y el pintor Hernán Cortés, como anfitriones.

Dos gaditanos que a lo largo del recorrido por esta exposición hacen una especial parada frente a “uno de los más bellos Ecce Homo” que el renacentista Morales pintó en su nutrida producción religiosa. Y no sólo por su hermosura se clava en seco la comitiva. Y es que el Tríptico del obispo Juan de Ribera, donde este Ecce Homo ocupa el lugar principal (flanqueado por una Dolorosa y  San Juan Evangelista), proviene del Museo de Cádiz, el lugar donde Hernán Cortés confiesa que “me formé y aprendí”.

Es el retratista quien señala las suaves líneas que delimitan, con delicadeza, el contorno de la cabeza del Cristo. “Es una obra de gran belleza”. “¡Magnífica!”, apoya Pérez-Llorca, que asegura que el departamento de restauración del Prado “apenas la ha tocado” porque “venía bien”. Ante tal afirmación, Cortés aprovecha para recordar que “muchas obras del Museo de Cádiz” están “muy bien conservadas” gracias al gaditano Manuel López Gil, “un pintor y restaurador buenísimo”, alaba el artista. “López Gil restauró los zurbaranes que venían de La Cartuja, y siempre vigilaba y mantenía las pinturas del Museo, que es lo ideal”, rememora el experto que asevera que “lo apropiado es conservar una obra medianamente limpia y no someterla a una intervención agresiva”.   

Algunas disquisiciones más sobre el brillo de la magnífica pieza de nogal y roble, y sobre la costumbre de calcar ciertas figuras arquetípicas, dan por concluida la exploración del tríptico y el recorrido.

Antes de llegar al punto y final, la visita ha contemplado las 54 obras que forman parte de la muestra y que proceden tanto de los propios fondos del Prado (17 más dos  donaciones recientes de Plácido Arango) como de préstamos de colecciones de todo el mundo.

“Hay una historia muy bonita que se cuenta sobre esta obra”, va creando expectación Pérez-LLorca frente a la Virgen del Pajarito o de la oropéndola. La pieza fue donada por el Marqués de Moret como promesa si su hijo se salvaba de la Guerra Civil. En este punto, el presidente del Patronato desvela la leyenda: “La obra se encontraba ya en la parroquia de San Agustín de Madrid y un día  el cura vio a un señor rezando muy devoto frente a la Virgen. Se le acercó y le dijo, “veo que reza usted con mucha devoción a la Virgen”, a lo que el otro respondió “es que yo soy el niño que volvió de la guerra”... Y si no es verdad, está muy bien contado”, ríe Pérez-LLorca. 

García-Mina llama la atención sobre la estética italiana de Morales “a pesar de que se cree que no salió de la Península Ibérica, sin embargo tuvo que ver estampas y grabados de artistas italianos y, además, pudo tener contacto con el escultor Alonso Berruguete que sí se había formado en Italia”. 

Otra de las características de su rúbrica es la delicadeza en las pinceladas, con suavidad a la vez que precisión y cuidado, destacan los expertos frente a la Purificación de la Virgen y la Virgen de la leche. “En la imagen del niño –señala la profesora en referencia a este último cuadro– se puede apreciar por qué se le apoda el Divino”. 

Esta singularidad queda patente en el juego que propone Pérez-Llorca ante dos San Esteban colocados uno junto a otro. “¿Sabéis diferenciar cuál es la obra del maestro y cuál la del taller?”, interroga al grupo donde algunos responden decididos, “la de los contornos difusos es la del maestro”. La profesora confirma la respuesta: “Los contornos más marcados y mejor pintados no son de tanta categoría técnica”. Algo con lo que el pintor gaditano no se muestra “del todo” de acuerdo.   

De Morales también es considerado por la profesora como “un adelantado al Barroco” y, como muestra, conduce a los visitantes hasta el Cristo con la cruz a cuestas, que denota “una estética, ya, muy manierista” que nos devuelve un rostro “con mucha emoción y dramatismo”, que el autor utiliza para “acercar la Pasión al pueblo”.

“Interesantísima”, a juicio de Hernán Cortés, es La última cena del Divino Morales a pesar de que la obra presenta un estado “mejorable”, como advierte Pérez-LLorca, que informa que no ha podido pasar por el área de restauración “ya que la obra (procedente del Museo Cívico de Catania) llegó  bastante tarde a Madrid”.  

En la misma capital sí se encontraba La Virgen del sombrerete o gitana, un curioso óleo sobre tabla donde la madre de Jesús aparece tocada con un sombrero “que usaban en el tiempo los gitanos”, explica Pérez-LLorca. 

Hernán Cortés habló también de atuendo pero, en este caso, el del propio Morales. “Felipe II, al ser reconocido como rey, quiso conocer al pintor y el artista se vistió de una manera tan ostentosa que resultó ridículo a la Corte, y el propio Felipe II lo ninguneó”.

El tiempo, sin embargo, ha puesto en su lugar a su obra y a su figura. Divino y admirado.  

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