Cultura

Diecisiete piezas del pintor extremeño se exhiben en la pinacoteca provincial de Cádiz

Un total de diecisiete piezas -más la que acaba de trasladarse a Sevilla- integran la sala dedicada a Francisco de Zurbarán del Museo de Cádiz. Una buena representación de la forma en que el singular artista definió el lenguaje naturalista propio del Barroco en el segundo tercio del XVII, ante la influencia italiana que llegaba con nuevas formas que suplantaban a las imágenes idealizadas y de gestos excesivos. La gradual evolución de aquel estilo al barroco respondió no sólo a un cambio de gusto, sino también a la influencia de la iglesia, que bajo el signo de la Contrareforma, ansiaba presentar imágenes devocionales que impactaran a los fieles desde la realidad inmediata, y así moverles en el fervor y la oración.

La escuela sevillana de pintura barroca es el momento culminante del arte religioso español, y los temas y el estilo de las obras forman el repertorio iconográfico más conocido de nuestra cultura, presente en las grandes iglesias, como en el arte doméstico y popular. Fue en Sevilla, en torno a 1520 y 1630, cuando desarrollaron la obra de algunos jóvenes artistas como Velázquez, Alonso Cano y Zurbarán.

Francisco de Zurbarán juega así un papel fundamental, al reflejar la espiritualidad mística de los conventos y el tono solemne y monumental de sus ceremnias. No en vano, cayeron en sus manos las piezas que hoy pueden verse en la pinacoteca provincial gaditana como la serie de tablas de 7 capítulos y dos ángeles turiferarios que decoraban el pasillo del Sagrario de la Cartuja de Jerez, entre los que se encuentran La Apoteosis de San Bruno y los cuatro Evangelistas, San Lorenzo y San Juan Bautista; lienzos que formaron parte del retablo mayor de la Cartuja como La Pentecostés, procedente del Consulado de Cargadores de Indias en Cádiz y la obra que desde ya permanece en el IAPH, La Porciúncula, del Convento de Capuchinos de Jerez.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios