Voluntariado en San Fernando: un buen momento para abrazar la vida
La Fundación La Caixa y la Cruz Roja impulsan en San Fernando el programa Final de Vida y Soledad, en el que los voluntarios acompañan a personas muy enfermas o de edad muy avanzada
María Gil, voluntaria, acompaña a María Sevillano, de 98 años, todos los martes en su casa de San Fernando
Las voluntarias manos de Cruz Roja que acompañaron a casi 150 isleños en 2024
María Sevillano afirma con rotundidad que si en sus tiempos hubiera podido estudiar, se habría dedicado a las matemáticas. Lo dice con la autoridad que le permiten sus 98 años cumplidos el pasado mes de enero y mientras realiza en el salón de su casa un ejercicio matemático de sumas en serie en presencia de María Gil, la voluntaria de Cruz Roja que la acompaña desde hace cuatro años dentro del programa Final de Vida y Soledad que promueve la Fundación La Caixa y que Cruz Roja coordina desde San Fernando.
Todos los martes, en torno a las seis de la tarde, María Gil se encamina hacia la casa de María Sevillano, hace una llamada al móvil para anunciar su llegada y entra en el domicilio entre el alborozo de la perrita Mía, que sabe también que su presencia implica que la hija de María Sevillano aprovechará para darle un buen paseo por el barrio.
María Gil comenzó como voluntaria de este programa hace exactamente cuatro años, con María Sevillano y con otra mujer más que falleció hace un tiempo. En este último caso, la voluntaria de Cruz Roja optaba por una “escucha activa” porque aquella mujer estaba verdaderamente sola y necesitaba hablar con alguien para contar sus cosas. Con María Sevillano es distinto. Primero porque se mantiene bien de memoria a sus 98 años, con algunos problemas de movilidad, y porque en cuatro años se ha creado un espléndido vínculo entre las dos mujeres. Este acompañamiento, este programa de la Fundación La Caixa y la Cruz Roja, tiene un fuerte componente emocional, pues se pone en marcha cuando se comprueba que la persona beneficiaria tiene cubiertas todas sus necesidades básicas, como es el caso de María Sevillano.
Tras el saludo inicial y la toma de un café, ambas mujeres empiezan con las actividades que más gustan a María: pintar mandalas, con la ayuda de la voluntaria, y hacer ejercicios de matemáticas. “A María le encantan las matemáticas, le chiflan”, explica María Gil. La anciana asiente y habla con convencimiento: “Si en mi época hubiera podido estudiar, habría hecho matemáticas; me gustan mucho”. Con música relajante de fondo, que la voluntaria pone en su móvil, ambas mujeres colorean las también relajantes mandalas y echan sus cuentas: sobre el papel, con las hojas de ejercicios, y también sobre la vida, porque el encuentro, que se prolonga a veces más de dos horas, sirve para ir hilando conversaciones entre ambas mujeres. María, la voluntaria, habla por ejemplo de sus viajes y enseña las fotos, mientras la otra María, la beneficiaria del programa, hilvana recuerdos de su larga vida, buenos y malos, en lo que suele ser un buen ejercicio de memoria. Hablan de un hijo que falleció hace ya algunos años, y del impacto recibido en aquel momento. Hablan de la vida y hablan, pues, de la muerte.
María Sevillano nació en Paterna un 15 de enero de 1927. Allí vivió su infancia y su juventud, y allí escuchó también con 20 años, en una aciaga noche de agosto de 1947 cuando charlaba con una amiga al aire libre, la tremenda y trágica explosión ocurrida en Cádiz.
Son recuerdos que María Sevillano va desgranando a este periódico, con alguna lógica duda en sus detalles, y que evidencian que pese a sus 98 años su memoria no se ve alterada. De hecho, cuenta también cómo se trasladó posteriormente a Cádiz para trabajar, y cómo sirvió durante muchos años como miembro del cuerpo de casa del escritor y académico José María Pemán. “En la plaza de San Antonio. Estuve muy bien, era una familia muy educada. Incluso estuve a punto de irme con su hija Carmen a Madrid”, rememora.
Pero se quedó en Cádiz, en su casa de la calle San José, formó su familia (su marido, con el que se casó en la parroquia de San Lorenzo, era guardia civil) y llegó incluso, algo que recuerda con varias anécdotas, a sacarse el carné de conducir: “Entonces había tres exámenes, y suspendí una vez el de la pista porque siempre he sido presumida y solté el volante para alisarme el pelo... ‘Suspendida’, me dijo el examinador. Después, mi marido quiso sacarse el carné, pero le dije que él tenía ya la moto, y que el coche era mío y me servía para visitar Paterna”, comenta entre risas.
Pese a sus problemas de movilidad, María Sevillano sale por la mañana brevemente de su domicilio, también acompañada pero de otra persona, para dar una vuelta con su indispensable andador. María Gil, que elogia lo bien cuidada que está la mujer gracias a su hija, destaca su buen ánimo y reafirma, recordando la anécdota del carné de conducir, que se trata de una persona presumida: “No te creas que se ha arreglado para la foto, siempre está así”. Con su botón de teleasistencia colgado del cuello, que ya le ha sacado de algún apuro, María Sevillano también se deshace en elogios hacia su voluntaria: “Es muy buena persona. Hablar con ella de mi hijo me ha servido mucho. Y ella sabe mucho y me cuenta cositas que una las ignora”.
Y también hablan, no lo niegan, de la muerte. Y se ríen: “A lo mejor me voy yo antes que tú”, le dice María Gil entre sonrisas cómplices. Pero los martes, en casa de María Sevillano, son un buen momento para abrazar la vida, sobre todo cuando después de 98 años se ha vivido tanto. Y sufrido. Y disfrutado.
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