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Sanidad | La lucha contra el coronavirus

Dexametasona, una inyección de esperanza

  • Hospitales de la provincia usaron este corticoide en pacientes graves incluso antes que la Universidad de Oxford comprobara sus beneficios en un ensayo clínico

Una ampolla de dexametasona antes de ser suministrada a un paciente.

Una ampolla de dexametasona antes de ser suministrada a un paciente.

El pasado 16 de junio la Universidad de Oxford publicó un estudio en el que señalaba a la dexametasona, un antinflamatorio de la familia de los corticoides, como opción terapéutica para ayudar a salvar vidas de pacientes graves a causa del coronavirus. Sin embargo, la dexametasona ya era utilizada en el Puerta del Mar desde el inicio de la pandemia, incluso cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo desechó como solución por no haber mostrado eficacia contra los coronavirus antecesores -MERS y SARS- y porque, supuestamente, podía elevar la carga viral de algunos pacientes.

Probablemente los ingleses han tenido el valor de hacer lo que aquí no se hizo: un ensayo clínico. Para llevarlo a cabo hay que privar del tratamiento a un grupo de pacientes, sabiendo que estos pueden empeorar. Ellos sí lo hicieron y han demostrado lo que médicos españoles, y gaditanos, ya veían a diario. Que los pacientes mejoran antes de que se produzca esa tormenta de citoquinas que suele tener un desenlace fatal.

Este estudio británico sirve para avalar las acciones que ya se estaban llevando a cabo en la práctica clínica diaria en hospitales de la provincia. Por ejemplo en el Puerta del Mar, como en otros centros nacionales, la dexametasona se usó desde el principio. Mucho antes de que los investigadores de Oxford publicaran su estudio e incluso a que doctores españoles, como el granadino José Luis Calleja, tuviera el valor de anunciarlo a través de diferentes vídeos.

Antonio, nombre ficticio, como todos los que aparecen en este reportaje por deseo propio, fue el primer paciente al que se le suministró la dexametasona en el Puerta del Mar. Oírlo contar su experiencia da una idea de la importancia de hallar fármacos útiles contra la infección por coronavirus. “Yo ingresé el miércoles posterior a la declaración del estado de alarma. Tras varios días encontrándome mal no tuve más remedio que acudir al hospital, donde me detectaron una pequeña neumonía. Pero la verdad es que yo sentía que se me iba la vida. No podía ni lavarme por mí mismo, ni levantarme de la cama. Creía que me moría. La suerte que tuve fue caer en las manos de la doctora María José Soto, a la que adoro porque decidió administrarme corticoides, la famosa dexametasona que antes desaconsejaba la OMS y que a mí al menos me ha salvado. Para mí fue milagrosa. Empecé a sentirme mejor de manera inmediata y a los cinco días me dieron el alta. Estoy convencido de que si no se hubiera tomado esa decisión no estaría contándolo”.

Antonio reconoce que “se pasa mucho miedo”. “Además de lo mal que te encontrabas, eran los días en que veías por televisión que morían 900 personas diarias. Tuve la sensación de que me había tocado, que iba a ser uno de los que engordaban esas estadísticas. Dejé de ver la televisión, no quería saber nada porque todo me afectaba mucho. Se pasa muy mal. Pero sin embargo con la aplicación de los corticoides fui para arriba. Me ayudaron los medicamentos y me ayudó el trato extraordinario del personal del hospital”.

La familia de Antonio también se contagió, pero todos estuvieron asintomáticos o casi. “Yo tengo 60 años pero hago deporte, no tengo problemas de salud, y aun así casi me muero. Sentía que la vida se me iba. Si no hubieran tenido la valentía de suministrarme ese medicamento estoy convencido de que me hubiera muerto”.

¿Y ahora? “Ahora estoy perfectamente. He vuelto a hacer deporte, me he incorporado a mi trabajo, me levanto a las siete de la mañana cargado de energía, estoy bien. Mejor que antes incluso”, reconoce.

Para personal sanitario de centros de la provincia con los que ha hablado este diario lo fundamental es tener medios para la detección precoz para saber cuándo se agrava el paciente. Las cifras dicen que el 80% va a pasar la enfermedad de manera asintomática o leve; el 20% tendrá síntomas más importantes y sólo un pequeño porcentaje de ellos tendrán que pasar a la UCI. La clave es detectar qué pacientes pueden llegar a este límite y comenzar a tratarlos con corticoides precozmente. Así se salvarán muchas vidas. Con medicamentos y, sobre todo, con médicos preparados y con experiencia capaz de detectar cuando un paciente está a punto de cruzar una frontera de la que quizá le cueste mucho regresar.

Hay que destacar que no sólo en Cádiz se ha usado la dexametasona. En España el estudio Eficacia de los pulsos de corticoides en pacientes con síndrome de liberación de citocinas inducido por infección por SARS-CoV-2, publicado en Medicina Clínica y firmado por los doctores Norberto Ortego y José Luis Calleja, ambos del Hospital Universitario Clínico San Cecilio de Granada, también ofrece la cara positiva de esta familia de medicamentos. Y eso que hubo colegas que llegaron a denunciar ante el Colegio Médico de Granada al doctor Calleja por una supuesta violación del código deontológico.

En el trabajo de los doctores granadinos se observan los beneficios de la dexametasona contra el covid, como sucede en otras enfermedades en las que existe una tormenta de citoquinas, como son el síndrome de activación macrofágica y el síndrome hemofagocítico. Dos alteraciones orgánicas que comprometen seriamente la vida de los pacientes.

“Tengo claro que si no me hubieran tratado con dexametasona no lo estaría contando”

El marido de Eva, otra de las personas que nos cuenta su experiencia, también se agarró a la dexametasona para poder salir del agujero donde el covid lo había metido. “En mi familia lo pasamos los cuatro. Mi marido, mis dos hijas y yo. La pequeña no fue diagnosticada, pero los otros tres sí, por PCR. Creemos que la primera que lo cogió fue precisamente mi hija menor, pero le duró dos días. Le dolían los oídos pero al poco se recuperó. Luego empezó mi hija mayor, mi marido y yo. Eso fue el 23 de marzo. Llamamos al 061, pero era todo un poco de descontrol. Nos lo olíamos, pero como ya llevábamos una semana confinados, sin contacto con nadie, te extrañas de haberlo pillado. Mi hija mayor tenía fiebre, mareo, le dolían la cabeza y la garganta, yo tenía inestabilidad, demás de diarrea y mal cuerpo. A mi marido también le dolía el estómago, tenía fiebre, todos habíamos perdido el olfato y el gusto. Al principio decían que era gripe, pero estamos vacunados porque soy asmática y como persona de riesgo me vacuno todos los años. Nunca he cogido una gripe”.

La situación del marido de Eva fue la más preocupante. “A los siete días a mi marido le empezó a dar fiebre muy alta. Le dolía el estómago horrores, pero lo que más me preocupó es que le puse un aparato que tenemos en casa y ví que le fallaba el pulso y tenía la saturación de oxígeno al 92%. Así que nos fuimos para urgencias. Allí nos dijeron que aunque no tenía disnea, sensación de asfixia, tenía una neumonía bilateral. Se quedó ingresado y cómo empeoraba por momentos comenzaron a tratarlo con corticoides. Primero con hidrocloroquina y después con dexametasona, que fue lo que le hizo mejorar de la noche al día”, relata.

Eva reconoce que, en su caso particular, el olfato “aún no lo he recuperado totalmente, el gusto tampoco. Mi marido tenía un poco de líquido infiltrado en los pulmones y ahí sigue mejorando poco a poco”. “Esta enfermedad lo que tiene es que un día estás mejor y te crees que va pasando y al día siguiente te levantas hecha un trapo, sin poder ni moverte”.

Y luego está la gestión del miedo, la siempre complicada gestión del más primigenio de los instintos. “Mi marido se quedó ingresado solo. Asustado. Admisión llamaba para decirte como había pasado la noche, y con eso, el móvil y las videoconferencias con la tableta pues íbamos sabiendo cómo iba la cosa. Pero fueron días dramáticos, sentía mucho miedo al llegar la noche, porque él estaba con neumonía pero no tenía disnea, pensaba que también me podía pasar a mí y que con mi asma se podía agravar. Fueron días muy duros”.

Y, por supuesto, también está el aviso de que esto no ha pasado. “Esto no es una gripe. Es como si te dieran una paliza en días y horas alternas. Hemos pasado mucho miedo”, reconoce.

En cuanto a la atención sanitaria reconoce que tampoco ha sido fácil. “Todo el mundo te llama con número oculto, el 061 está súper saturado, mi médico de cabecera no cogía el teléfono tampoco, de ahí la importancia imprescindible de un internista que contacte con los pacientes a diario”.

Por último Eva asegura que “seguimos teniendo miedo, aunque lo hemos pasado los cuatro. Pero no sabemos hasta cuando nos puede durar la inmunidad, por eso seguimos con todas las medidas de seguridad. Esto no es una broma y creo que si a mi marido no le hubieran suministrado la dexametasona aún podría haber sido mucho peor”.

El caso de Roberto, natural de San Fernando, es similar, aunque él no llegó a ingresar. “Yo empecé con fiebre el sábado 4 de abril. Lo sospechaba desde días atrás, porque tenía un zumbido en la cabeza tremendo. Llamé a emergencias y me dijeron que me tomara paracetamol y que me llamarían al día siguiente. Pero nadie lo hizo. Ni al otro. El lunes pasé la peor noche de mi vida, terrorífica. Lo peor que he vivido junto con la pérdida de mis familiares. El martes a las tres de la tarde le dije a mi mujer: vámonos para urgencias porque me estoy muriendo. Vivimos en San Fernando, así que cogimos el coche y tiramos para Cádiz. Me pasé todo el camino vomitando. Cuando llegué el médico me dijo que por qué había esperado tanto. Empezaron a darme antibióticos y azitromicina, pero nada. Seguía muy mal. Hasta que comenzaron a tratarme con otro tipo de medicamento y empecé a mejorar bastante, rápidamente”.

Roberto tuvo fiebre durante siete días seguidos, aunque el dolor fue mermando. “Me mandaron a mi casa y lo que hice fue encerrarme en un cuarto solo, sin tener contacto con nadie. Sólo salía al baño. Mi mujer llamaba a la puerta para dejarme la bandeja de la comida porque tenía mucho miedo de contagiar a mi familia. Sufrí de atonía muscular, no podía ni agacharme, no podía moverme. Tengo 60 años pero siempre he estado bien físicamente y de la noche a la mañana perdí las fuerzas. Cuando los medicamentos fueron haciendo su efecto empecé a hacer algo de ejercicio, sentadillas, levantaba la mesita de noche sin cajones, luego con un cajón, hacía crucigramas para mantener la mente ocupada, leía. Se pasa mucho miedo, así que hay que mantenerse entretenido y no pensar demasiado en la enfermedad”, dice.

Roberto recuerda que aquellos días de doble confinamiento iba a todos lados “con mi paño y mi solución de agua con lejía. Desinfectaba cada cosa que tocaba, interruptores, pomos de las puertas.... Afortunadamente no fue necesario ingresar”.

“Aún no estoy bien”, reconoce. “Mejoro poco a poco. Estoy trabajando desde el 15 de mayo, pero hasta esta semana no me he encontrado mejor. Me asfixiaba con poca cosa que hiciera. A mí el covid me ha durado un mes y tres días. Tiempo para pensar mucho y para pasarlo muy mal. No podemos relajarnos porque esto no es una gripe. Eso que lo tenga todo el mundo claro. Si no llega a ser porque una internista del hospital estuvo pendiente de mi mejoría posiblemente me habría costado más superar todo esto”.

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