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Provincia de Cádiz

Cementerios parroquiales, una rara avis

Acceso a la "Iglesia Cementerio Parroquial San Miguel", en Vejer.

Acceso a la "Iglesia Cementerio Parroquial San Miguel", en Vejer.

Las iglesias, a poco que acumulen cierto peso histórico a sus espaldas, esconden bajo las losas del suelo numerosos restos que descansan desde siglos atrás. No en vano, hasta hace un tiempo era el propio templo el lugar donde acababan los cuerpos tras su fallecimiento; una práctica que el avance en materia sanitaria y por lógicos motivos de higiene y salubridad fue cayendo en desuso hasta su práctica desaparición, salvo muy puntuales excepciones.

Esa medida de dejar de enterrar los cadáveres en el subsuelo de las iglesias dio paso a una serie de cementerios de muy pequeño tamaño que fueron habilitándose en terrenos contiguos a las parroquias, especialmente en los pueblos y en zonas donde el templo tenía espacio libre a su alrededor. Luego todo ha ido evolucionando, las ciudades han ido creciendo, los cementerios que se levantaron siglos atrás fueron cerrando, se fueron construyendo otros nuevos y más grandes en las afueras y las progresivas legislaciones fueron acordonando y regulando esta responsabilidad de enterrar a los muertos que tienen los ayuntamientos.

Sirva de ejemplo de esto último Cádiz capital, que a principios del siglo XIX mandó construir el cementerio de San José (en un proyecto además agilizado por las epidemias de aquellos años que hicieron descender el censo de la ciudad en miles de personas), clausurado en 1992 y con los gaditanos que son enterrados desde entonces repartidos fundamentalmente entre el Mancomunado de Chiclana y el cementerio de Puerto Real.

El cementerio, ya clausurado con el Paseo Marítimo al fondo. El cementerio, ya clausurado con el Paseo Marítimo al fondo.

El cementerio, ya clausurado con el Paseo Marítimo al fondo. / D.C.

En ese tránsito de la historia se han quedado a medio camino entre la eclosión de estos espacios para enterramientos en el siglo XIX y la realidad del siglo XXI unas pocas excepciones -y cada vez menos-; unos muy reducidos cementerios que a día de hoy siguen estando gestionado por los templos generalmente contiguos a esos espacios. Son los cementerios parroquiales, una realidad que en la mitad de la provincia correspondiente a la diócesis de Cádiz se ha convertido en una rara avis.

Una práctica cada vez más reducida

Cinco son los cementerios parroquiales que siguen abiertos hoy en la diócesis gaditana. Benalup, dependiente de la parroquia del Socorro; Vejer, de la parroquia del Divino Salvador; Barbate, con cargo a San Paulino; Zahara, del templo del Carmen; y Conil, gestionado por la parroquia de Santa Catalina.

Los dos últimos cementerios que dejaron de estar bajo el paraguas de parroquias son los de Facinas y Paterna. Según trasladan desde el Obispado, el de Facinas se cedió a la localidad mediante escritura de donación firmada el pasado 26 de abril, después de que el convenio lo aprobara la ELA y pasara también por el Pleno del Ayuntamiento de Tarifa. Y en Paterna se firmó un convenio por el que la parroquia cedía por 30 años su cementerio al Ayuntamiento, dando el visto bueno la Diputación Provincial (por ser un municipio pequeño).

En ambos casos, la cesión o traspaso de la titularidad se realizó sin ninguna contraprestación a cambio. Es decir, que las parroquias han renunciado a esas propiedades y, sobre todo, a la gestión de los cementerios sin recibir nada a cambio, exigiendo únicamente que los ayuntamientos que se han hecho cargo asuman la subrogación de todos los expedientes y de los derechos funerarios adquiridos por los difuntos y sus familias con las parroquias.

Esto último, esta disponibilidad de las parroquias a ceder los cementerios, y a hacerlo de manera gratuita, es una clara muestra de la dificultad que entraña para los templos de estas localidades (por lo general pequeñas) asumir la gestión de un equipamiento de estas características, que paulatinamente se ha tenido que ir adaptando a la legislación civil sin perder su carácter religioso.

La ayuda del Obispado

¿Están los sacerdotes preparados para gestionar un cementerio? ¿Tienen los conocimientos suficientes para administrar este tipo de expedientes y llevar debidamente la contabilidad que requiere la gestión de los contratos de cada tumba y cada nicho? ¿Y tienen las parroquias de esos pueblos estructuras y capacidades suficientes para contratar al personal necesario para estos menesteres?

La respuesta a estas preguntas, según trasladan desde el Obispado, es negativa. Y la confirmación es el escenario que se está presentando cada vez con más asiduidad en las oficinas de Hospital de Mujeres (la sede del Obispado, en la capital) y al que se ha propiciado una respuesta, un apoyo, una colaboración. Eso sí, los cementerios son y siguen siendo de las parroquias; y la gestión de los mismos las siguen manteniendo las parroquias. “Eso está fuera de toda duda”, insisten desde el Obispado.

Cementerio de Conil. Cementerio de Conil.

Cementerio de Conil.

La renovación del clero es la que ha motivado, principalmente, esta llamada de ayuda para la gestión de los cementerios, que requieren cada vez más trámites, más burocracia y más cumplimiento de normas. Situaciones que ha llevado a desprenderse de algunos cementerios, como los ya citados de Facinas o de Paterna, y que ha provocado que el Obispado nombre una especie de gestor para esos otros cementerios cuyos párrocos han solicitado la colaboración o implicación de la Diócesis para mantener la atención a los cementerios.

En Benalup, por ejemplo -cuentan en el Obispado- cuando se incorporó un nuevo párroco en 2018 solicitó esa ayuda para la gestión del cementerio, como más tarde haría Barbate; y también se hizo cargo el Obispado de la gestión del cementerio de Vejer. “Atendemos aquellos cementerios parroquiales que nos lo solicitan; si no nos demandan esa ayuda, no entramos para nada”, explican respecto a esta colaboración que se viene aplicando. Y es que hay parroquias, como la de Santa Catalina de Conil, que siguen gestionando el cementerio por su cuenta, sin contar con el Obispado.

Esta implicación o ayuda consiste, básicamente, “en una asistencia al párroco, sin que el Obispado se quede con nada”. Y de hecho, aseguran, las cuentas siguen siendo de titularidad parroquial y los movimientos de ingresos y gastos siguen estando al cargo de las parroquias. El Obispado, por tanto, facilitaría la labor con el nombramiento de un gestor y con la puesta a disposición de ese cementerio del aparato diocesano para los diversos campos en los que sea necesario.

Viendo que la llamada de ayuda ha sido repetida estos últimos años, en Hospital de Mujeres se decidió nombrar a un mismo gestor para todos esos cementerios parroquiales que lo han solicitado. Y el elegido ha sido el antiguo ecónomo diocesano, el sacerdote Antonio Diufaín, actualmente párroco de San Severiano en la capital. Licenciado en Económicas además de sacerdote, Diufaín es el administrador de los cementerios parroquiales de Benalup, Vejer y Barbate; y pronto sumará el de Zahara, cuyo nuevo párroco también ha solicitado la ayuda e implicación del Obispado en la gestión del camposanto.

Cementerio de Vejer. Cementerio de Vejer.

Cementerio de Vejer.

Con la mediación de Diufaín, por tanto, el Obispado aporta sus propios medios para diversas áreas relacionadas con la gestión de estos equipamientos. Así, según explican, se presta el apoyo necesario para todo lo relacionado con la Informática (ya que el Obispado cuenta con un departamento TIC), con la administración, con la legislación existente y vinculada (por medio del servicio jurídico de la diócesis) o con la prevención de riesgos laborales, por citar algunos ejemplos del trabajo que conlleva detrás la gestión de un cementerio.

“Son trabajos o campos muy alejados de la labor que debe realizar un sacerdote”, comentan en el Obispado. Y es que el funcionamiento de estos cementerios en sus inicios difiere una enormidad respecto al tratamiento que requiere en la actualidad.

Fruto de esta nueva gestión protegida bajo el paraguas de la Iglesia Diocesana, aunque respetando la titularidad y la actividad económica propia de la parroquia, se está procediendo a una paulatina mejora de los cementerios, realizando obras de conservación y algunas reformas para prestar el mejor servicio posible. Y en la misma línea, se mejoran también las plantillas de trabajadores vinculadas a cada camposanto.

En definitiva, una complicada labor y continua dedicación que cada vez escapa más a las posibilidades de una parroquia y del sacerdote responsable y a la que el Obispado ha encontrado, de momento, esta salida mediante la figura del administración que actualmente encarna Antonio Diufaín. Pero lo cierto, y así lo reconocen en Hospital de Mujeres, es que esta realidad de los cementerios parroquiales “es una figura cada vez más reducida” por la complicación, que además va en aumento, de atender este tipo de equipamientos “que tienen un alto coste de mantenimiento”.

“No son ningún negocio”, disipa dudas el Obispado; y es que hay meses que hay varios entierros, con los consiguientes ingresos por las tarifas en vigor; y otros meses en los que apenas hay actividad de apertura y cierre de nichos. “Y ese mes hay que seguir pagando las mismas nóminas, las tasas, hay que mantener el cementerio abierto, hay que limpiar...”, trasladan para visibilizar el coste (económico y de recursos) que conlleva hoy mantener cualquiera de estos cinco cementerios parroquiales que se conservan en la diócesis. “De hecho, hoy no se plantea la construcción de un cementerio católico en ningún sitio”, concluyen.

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