Fran Cabeza, un enamorado de la pintura que se quedó enamorado de Vejer

Este pintor realiza sus obras sobre vajillas, lámparas y cuadros de gran o pequeño tamaño

Vejer cuenta con el último maestro de la sastrería

Las obras son confeccionadas a mano con pigmentos de varios colores. / J.M. Ruiz
José María Ruiz

05 de mayo 2025 - 07:00

Fran Cabeza, tiene 39 años, y es natural de la localidad onubense de Moguer. Allí tuvo una academia de pintura entre 2019 a 2022. Lleva 21 años dedicado a la artesanía de manera profesional. Está especializado en el óleo, aunque empezó con vajillas de infantiles con su hermana, considerando que era un negocio a corto plazo, “no como es ahora”.

Desde pequeño destacó en las artes plásticas y dibujo. Su primer trabajo fue un cuadro de tres peras pintadas al óleo, que comenzó a pintar en su casa, donde sus padres lo mantienen colgado, aunque le ha pedido en muchas ocasiones que lo quiten porque “le da vergüenza”. Ahora es el cuadro que más le gusta, ya que ve “la evolución de su carrera artística”.

El proyecto artesanal de Fran Cabeza se llama La Caja. / J.M. Ruiz

De repente un fin de semana llega a Vejer acompañado de su anterior pareja, quien le enseñó este pueblo que desconocía. Empezó a ver muchas tiendas, y ahí surgió el enamoramiento de esta localidad de la Janda y el lugar donde establecer la tienda de artesanía que tenía en mente.

Encontró un local pequeño en la calle San Juan en el que se quedaba a dormir, y ahí montó un pequeño taller. Ese lugar es donde actualmente tiene el horno por el que pasan todas sus creaciones. Poco después en ese mismo local montó una tienda en la que exponía sus creaciones y las ponía a la venta.

Un día paseando por el centro, en la confluencia de las calles José Castrillón y Eduardo Castrillón Shelly, vio el cartel de que se alquilaba en un local, y es ahí donde ahora tiene ‘La Caja’, que es el emblema de todas sus creaciones que están unidas al formato cuadrado. Muchas de sus creaciones van dentro de una cajita de madera que le hace a mano y de forma artesanal su tío. Así, cada creación, tiene su propia caja, cuyas dimensiones no siempre son iguales. En ese concepto de ‘La Caja’, entran “la caja de ahorros, la caja de sorpresas …”, dice.

Sus trabajos se reparten en los distintos platos de las vajillas. / J.M. Ruiz

Lo primero que le llamó la atención de Vejer fue el público extranjero. “Creo que estoy muy enfocado al público extranjero. Yo entré aquí en Vejer, vi las tiendecillas, vi el público que había, vi que funcionaba. Lo que yo pensaba que era una idea inicial de vajillas de cerámica pintadas a mano de bebé, pensó que podía tener salida”. El turismo que viene aquí le gusta lo artesano, y se lo lleva a su país. “Por ahí empecé a ver la ventana más abierta, antes la veía como más limitada”, expuso.

Las elaboraciones que realiza en las vajillas tienen un doble cometido, pueden usarse para la decoración, pero también pueden servir como platos para comer. También realiza trabajos en azules, cerámica, lámparas, papel, camisetas, gemelos, y donde se le ocurra al cliente.

Los platos se pueden lavar en el lavavajillas, pero no es recomendable por la erosión que provocan los detergentes. Entre sus diseños destacan los peces y otros seres marinos, como cangrejos o ballenas. A raíz de esas obras surgen nuevas ideas de animales fantásticos, fusionando objetos como un teléfono al que le une la cabeza de un flamenco, o la unión de una banana de la que surge una orca.

Fran Cabeza junto a una de sus obras gigantescas. / Cedida

Su mente se presta a recibir cualquier idea de un cliente. De hecho, su lema es, “si lo puedes soñar, aquí es”, pudiendo hacer realidad el sueño de cualquier posible cliente. “Tus sueños son órdenes para mí”. Sus obras no tienen límite de unidades que la compongan. Últimamente, uno de los pedidos más llamativos que le han solicitado es que les dibuje en sus platos la imagen de sus mascotas, tras haberlas perdido. Algo que le da un poco de pena, mezclando la ternura con la alegría de poder inmortalizar para siempre la mascota de una familia.

La vajilla que utiliza para sus trabajos está confeccionada por un artesano, ya que él no los hace. Se adquieren bizcochados, se pintan con óxido, una técnica parecida a la acuarela, pero con pigmentos químicos. Se pinta, aunque los tonos distan mucho del color final, ya que cuando se cuecen cambian la tonalidad. Por ejemplo, un azul marino, pintándolo es malva de color, entonces cambia mucho el tono por lo que hay que controlar mucho, ya que si das una pincelada es azul, y si das dos del mismo color es otro azul. “Hay que tener mucho control del color”. Después de darse el color se llevan al taller, se esmaltan las piezas una a una con esmalte transparente, y todo por supuesto, para ser comestible y comer sobre él, tiene que ser sin plomo los pigmentos y los esmaltes. Tras limpiar la base para que no se quede pegada, se meten 9 horas al horno a 980 grados, y tras dos días enfriándose, queda culminada su obra, quedando lista para usar o comer sobre ella o como objeto de decoración. Ninguna pieza es igual, es una pieza única, para enamorarse de ellas.

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