Flamonkey en El Puerto: Flamenco, blues y alma profunda
El flamenco ha tenido su espacio en el reciente Monkey Weekend
Una antigua fábrica de harina como escenario de vanguardia en El Puerto

El Puerto/El proyecto 'Cantes Malditos' no busca simplemente una fusión musical, sino una conexión profunda entre el alma del flamenco y la crudeza expresiva del blues. No se trata de mezclar estilos por estética o moda, sino de una apuesta visceral, nacida del corazón, por una vanguardia flamenca con raíces auténticas.
El cante se ofrece desde lo más hondo, sin mapas ni manuales: entra por donde quiere y sale por donde el corazón le marca.
El concepto de alma maldita del flamenco se impone como núcleo temático: el desamor, la oscuridad, la ruina, la tragedia… Esa parte del flamenco que muchos temen o evitan, pero que sigue siendo su verdad más rotunda.
“Los palos fuertes, los que duelen, los que hacen daño… son también los que más se están perdiendo. Nosotros queremos devolverles su sitio, a su manera y para un público nuevo.”
El elenco está formado por artistas comprometidos con esta estética: Al cante, Antonio Fernández, a la guitarra flamenca, "Juan de Dios", como lo definen quienes lo escuchan. Entre el flamenco y los sonidos de Blues. Al bajo, José Antonio Sánchez Alvao, tendiendo un puente sonoro entre tradición y tensión contemporánea. A la batería, “Pelo Mono".
'Sonidos Malditos' no es solo un espectáculo, es una invocación. Una llamada a los márgenes emocionales del flamenco, donde el dolor se canta, se transforma y se comparte. Flamenco con alma. Flamenco con cicatriz.
Me fui con la sensación de haber escuchado a un cantaor con metales en la voz y el eco de aquel flamenco rock que marcó a toda una generación. Un concierto con alma entremezclada que hizo rugir al público.
Julio Fajardo deslumbra en la Peña El Nitri con un viaje sonoro de raíz y mar
El cantaor canario Julio Fajardo protagonizó uno de los momentos más especiales de la segunda jornada del ciclo Monkey Weekend, con una actuación íntima pero profundamente evocadora en la Peña Flamenca El Nitri.
Fajardo convirtió el espacio en un viaje sensorial. La Peña El Nitri, con su atmósfera cargada de historia flamenca, fue el escenario perfecto para su propuesta personal.
Abrió el recital con un cante de campo a capela canario, que evocaba los ecos ancestrales de las faenas agrícolas y los cantes libres de trilla, tan cercanos a los temporeros de nuestro flamenco. Esa primera intervención marcó el tono: una propuesta anclada en la raíz, pero con mirada creativa.
A lo largo del concierto desplegó un repertorio de autor donde confluyen lo folclórico y lo melódico, con marcada impronta isleña. Su malagueña majorera, con reminiscencias de fandango por verdiales, fue uno de los momentos más celebrados, guiando al público por territorios sonoros poco transitados sin perder el pulso de sus raíces. Por instantes, mis oídos viajaron a los campos y montes de Málaga.
Natural de Fuerteventura, Fajardo creció en una familia humilde donde el folclore era parte cotidiana. Con colaboraciones como las de Alfredo Arrebola y una trayectoria en festivales, ha consolidado una voz propia que tiende puentes entre tradición e innovación.
El ambiente en El Nitri acompañó con calidez y autenticidad. No faltó el clásico papelón de pescaíto frito, tan imprescindible como el cante en jornadas así. Una experiencia sensorial completa donde la raíz flamenca se degustó tanto con los oídos… como con el paladar.
Soledad Gatica x Ravecale : El arte que late entre la raíz y la vanguardia
El Puerto de Santa María vibró el sábado con una propuesta flamenca que desafía etiquetas. Soledad Gatica ofreció una actuación que viajó del cante más jondo a la experimentación sonora, dejando al público rendido a sus pies.
El espectáculo arrancó con fandangos naturales, seguidos por una soleá Malamarse y ecos de Morente en Omega. Luego irrumpió una seguiriya tan intensa que logró lo impensable: hacer bailar al público, uniendo el dolor del cante con una alegría inesperada.
Los Tangos de las flores, un recorrido por otros estilos y unas bulerías con guiños electrónicos al Lebrijano —acompañadas por su flauta— marcaron el siguiente tramo. Aunque comenzó con veinte minutos de retraso por un pequeño fallo técnico las gente esperó, el concierto fluyó con compás firme. La voz de Dolores Gatica, rica en bronces, se fundió con una producción electrónica pulida de Ravecale con voces dé El lebrijano. El sonido de la flauta, en diálogo con el ritmo, creó una atmósfera irrepetible.
La sala Milwaukee se convirtió en un hervidero. En un momento inolvidable, la artista bajó del escenario y, al ritmo de un quejío tiri tiri hay, se unió al gentío. Con su flauta y su cuerpo en movimiento, culminó una performance que fue cante, baile y comunión.
El público, en pie, pidió más durante quince minutos. Nadie quería que terminara. Y cuando lo hizo, quedó una certeza: El flamenco, por más que se reinvente, sigue siendo un arte vivo y universal.
"Si este es el flamenco de hoy, bienvenido sea", sentenció alguien entre aplausos. El sábado, en El Puerto, el duende encontró un nuevo lenguaje, y todos lo hablamos.
A mí, personalmente, me hizo hervir el puchero de las emociones.
Lo que sí tengo claro es que la valentía de Morente con Omega y Lagartija Nick marcó historia y referencia para seguir explorando caminos y veredas.
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