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El secreto del Mago | Crítica

Vida y fantasmagoría

  • Visor publica 'El secreto del Mago', poemario con el que Luis Alberto de Cuenca ha obtenido el XXXIII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma

Imagen del poeta, ensayista y académico de la Historia, Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950)

Imagen del poeta, ensayista y académico de la Historia, Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950)

En la “Nota del autor” se nos advierte ya de que “la muerte está más presente que nunca en el libro”. A pesar de ello, no piense el lector que se halla ante un poemario sustancialmente distinto, en cuanto a su nervadura poética, de libros anteriores de Luis Alberto de Cuenca. El secreto del Mago alberga dentro de sí una sombra fúnebre, sin duda más pronunciada, pero no diferente a la que hemos conocido en otras ocasiones, y que actúa en servicio de la vida. La muerte es, reconociblemente, uno de los grandes temas de la poética de Luis Alberto de Cuenca. Junto a ella, y en simbiótica disposición, deben señalarse de igual modo la vida y su esplendor. Un esplendor -insistamos- que nunca se halla lejos, que se dificultaría enormemente, sin el ojo cultivado, sin la memoria y la imaginación festiva y erudita de quien lo contempla.

En la poesía de Luis Alberto de Cuenca se anudan, contra el imaginario romántico, la cultura y la vida

La huella distintiva de la poesía de Luis Alberto de Cuenca es, pues, este necesario anudarse, contra el imaginario romántico, de la cultura y la vida. Es ahí donde el poeta alcanza a distinguir, con mayor profundidad y destreza, el asombro del mundo y su tragedia. Hay, no obstante, dos particularidades en esta poesía que multiplican su capacidad incisiva. Una primera es aquella que Ortega atribuye al alto mérito de la filosofía: “La claridad -escribía don José- es la cortesía del filósofo”. Y otra segunda, vinculada a la anterior, cual es la ligereza. Una ligereza que a veces se aproxima o se trasfunde en una grata frivolidad, tras la que se oculta, sin embargo, una hora de melancolía. Es con esta ligereza y aquella claridad con las que Luis Alberto de Cuenca habilita o faculta su profundo humorismo. De todo lo dicho hasta el momento se desprende un concepto, un nombre, una categoría -el homo ludens de Huizinga-, que parece penetrar su obra. Dicha categoría es el juego. Un juego que concierne a la vida y a la muerte, como resulta obvio; pero un juego, en mayor modo, con la cultura heredada, en el que la historia y el mito se barajan ante el lector, no con la adusta precisión del erudito, sino con aquella otra precisión, dirigida hacia lo ignoto, con la que el poeta acierta, oscuramente.

Este mismo juego con la erudición y la fantasía que practicaron Borges, Schwob, Apollinare, Bertrand y Lugones; esta exploración de lo imaginativo que rigoriza Addison a primeros del XVIII, es el que exhibe Luis Alberto de Cuenca en sus poemas, con uno deliberado “prosaísmo”. La modernidad del autor de El secreto del Mago radica, pues, no solo en esta ligereza con que se apropia y cumplimenta a la tradición, usándola con una devota irreverencia, sino en la forma en que De Cuenca amplía el ámbito de lo tradicional, el margen de lo venerable, incluyendo en su particular mitología los nuevos modos culturales de la cultura popular del XX: el cine, la música y el cómic, junto a otros poderosos vectores culturales, como pudieran ser los automóviles, la ciudad y el gótico florido de los estupefacientes. En todo caso, esta pluralidad de fuentes y de asuntos obran en servicio de la vida; y dentro de la vida, de esa ultravida radical y agónica que es el amor, al que Luis Alberto de Cuenca ha dedicado multitud de poemas: irónicos, festivos, celebratorios, descarnados, crepusculares o urgentes. De todos ellos se extrae con facilidad una imagen de lo amoroso como hecho sumo, de naturaleza excepcional, donde el poeta se sitúa al margen de la temporalidad y la nada.

Probablemente, la predilección por lo extraordinario y lo fantástico de Luis Alberto de Cuenca atienda a esta misma necesidad humana. La necesidad de vislumbrar lo trascendente (el secreto del Mago) a través de lo excepcional, lo inexplicado y lo terrible. Las alusiones a Shakespeare, a Beckford, a Valle-Inclán, a Lovecraft, así lo evidencian. También el recuerdo de Plinio el Viejo en una hora vertiginosa de la historia del mundo: aquella en que el Vesubio devoró dos ciudades costeras de la antigua Roma: Herculano y Pompeya. Como es sabido, fueron la curiosidad y la compasión, ingobernables fuerzas de la vida, quienes dirigieron al naturalista hacia su muerte. En el siguiente poema, “Pompeya desde el barco”, escribe Luis Alberto de Cuenca: “leyendo a Bulwer-Lytton,/ me olvido por un rato de la muerte y recobro/ aquel tiempo sin tiempo de la infancia”.

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