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Cádiz

Ni fenicios, ni romanos: el parque arqueológico de Cádiz es para los perros

Un perro a pie de una reproducción arqueológica en el parque de Varela.

Un perro a pie de una reproducción arqueológica en el parque de Varela. / Julio González

Cuando el Ayuntamiento de Cádiz inauguró el parque de Varela hace ya casi veinte años, apostó por la unión entre la cultura, la historia y el turismo transformando la zona ajardinada, a la que denominó como Kotinoussa, en un espacio arqueológico al aire libre. Primero con piezas originales o reproducciones relacionadas con la cultura funeraria fenicia y romana, y ya con el tiempo otros restos de la vida diaria localizados en distintas excavaciones en la ciudad.

El proyecto, a priori, estaba bien pensado y planteado, con dos grandes paneles explicativos sobre lo que se exponía y con carteles ya específicos sobre cada pieza a lo largo de todo el paseo.

Todo se estropeó cuando el Ayuntamiento decidió que el jardín arqueológico fuese también un parque para los perros, que rápidamente tomaron el recinto como algo propio y exclusivo, ayudados por el incumplimiento de las normas impuestas por el municipio a sus dueños a la hora llevar siempre agarrados a sus mascotas. Todo lo contrario, corren por el albero (lo que quedan de él), por el césped (allí donde aguanta) y los días de calor muchos aprovechan la fuente allí existente para refrescarse, sin ningún control.

Curiosamente, a escasos metros existe un espacio ajardinado de grandes dimensiones que, levantado a modo de muro verde para reducir el impacto sonoro del tráfico de la Avenida en estos espacios públicos, bien se podría aprovechar como recinto canino.

Como no ha sido así, los perros le han ganado la batalla a fenicios y romanos. Y también a las familias con niños pequeños que han huido de este recinto y han optado por el duro firme de la vecina plaza de Kotinoussa.

Tal vez este abandono ciudadano ante el empuje de los perros haya animado al Ayuntamiento a hacer dejación de sus obligaciones a la hora de mantener este equipamiento de la forma más adecuada.

Es cierto que los jardines aguantan, que el verde se corta antes de que crezca demasiado. Pero igualmente cierto es que en la mitad de estos jardines este verde ha desaparecido mientras gana espacio la tierra pura y dura, como si fuera un ejemplo del avance de la desertización que acompaña al cambio climático.

Pero lo peor, a la hora de animar al ciudadano a volver a este espacio público, es que el albero del suelo ha desaparecido convirtiendo todo el viario interior en un continuo bache, en un terreno lleno de piedras que dañan al andar y que provocan mil y una caída de los pequeños que juegas en el recinto... si los hubiera, claro.

El parque arqueológico (la cartelería se mantiene en un buen estado, tras meses en los que ésta había desaparecido o estaba cubierta de pintadas) costó muchos millones porque en Erytheia se desmontó y después montó una gran villa romana localizada durante las obras de construcción del recinto vecino, como una atracción para el turismo y los ciudadanos de casa.

Se dijo entonces, durante su inauguración hace cerca de veinte años, que se editarían folletos y catelería para promover su visita en las distintas oficinas de turismo de la ciudad. Nada de ello se hizo. No es de extrañar que al final esta ciudad no aproveche sus referentes históricos.

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