El cinturón verde del viejo Cádiz seduce a un estudiante de jardinería parisino
Una historia de reinvención laboral
Cautivado por el Parque Genovés y la Alameda, Victor Kerkouche eligió la ciudad para sus prácticas, después de trabajar como directivo para Dior y darle un giro radical a su vida tras la pandemia
“Nunca había visto unos árboles tan sofisticados como estos ficus centenarios”, confiesa muy agradecido a sus compañeros de parques y jardines
El Parque Genovés de Cádiz, un jardín histórico del siglo XIX, abandonado
Hay quien persigue la felicidad, la pequeña o la gran felicidad, fuera del ámbito laboral, en su tiempo de ocio. Y hay quien está convencido de que solo puede acercarse, al menos a la primera, trabajando en lo que realmente le gusta. Incluso después de haber abandonado dos cómodos empleos en un par de las firmas de perfumería y cosmética más codiciadas del mundo. Más o menos eso es lo que le pasó a Victor Kerkouche. Ciudadano francés de origen argelino, estudió botánica forestal, pero terminó ejerciendo como director de marketing directo del departamento de perfumes y cosmética de Dior en el aeropuerto Charles De Gaulle de París durante seis años. Antes se formó como diseñador de muebles. Le contrataron en Toulemonde Bochart, una firma de selectas alfombras contemporáneas de la que guarda un gratísimo recuerdo. Sobre todo de su jefa, Catherine Toulemonde, “que fue como una madre para mí”. Luego fichó por Hermès y más tarde, por Clarins. Con esta última marca estuvo dos años en Dubai. Pero llegó la pandemia, se cerraron los aeropuertos y echaron la baraja las tiendas de los duty free. Y como tantos otros trabajadores en el mundo, Victor se vio de repente en la calle.
Regresó a su casa de Normandía, una tierra donde no sólo se crían toneladas de ostras y se elaboran una sidra y unos quesos excelentes sino donde también se cultivan muchos de los jardines más bellos de Europa. De hecho, Stéphane Marie, el jardinero gurú de la televisión francesa, homólogo galo del británico Monty Don en la BBC, tiene allí, muy cerca suya, su vergel particular. Así que retomando sus conocimientos de botánica y olvidando aquel año de faenas poco gratificantes en el departamento de Medio Ambiente del Ayuntamiento de París –del que le rescató su jefa, Catherine–, rediseñó y reformó el pequeño jardín y el huerto de su casa. Aquello gustó mucho en su entorno y amigos y vecinos comenzaron a pedirle ayuda en los suyos. Después de un tiempo ganándose la vida como jardinero, agricultor y paisajista decidió apuntarse a un concurso nacional de esta última disciplina. Asegura que de 2.000 participantes quedó en duodécimo lugar. Ya no le cabía duda sobre que haría en el futuro. Había aprendido mucho, pero todavía le quedaba camino por recorrer. Así que se matriculó en la Escuela de Horticultura y Paisaje de París-Montreuil. Para sus prácticas pudo escoger entre cualquiera de los majestuosos jardines y parques que proliferan en Francia, el Reino Unido u otros países de Europa. Sin embargo, Victor eligió Cádiz.
La culpa de su conexión gaditana y su fascinación por ese balcón verde con vistas al mar que abraza el casco histórico de la ciudad la tuvo, curiosamente, Sevilla, ciudad en la que admira el Parque de María Luisa. Hace unos cinco años un amigo le invitó a su boda. La ceremonia se celebró en un templo de la capital hispalense, pero del banquete disfrutaron en El Puerto de Santa María. “¿Quieres ver una de las ciudades más antiguas de Occidente, donde crecen unos majestuosos árboles gigantes al borde del mar?”, o algo así, le dijo el recién casado. Embarcaron en uno de los catamaranes rumbo a Cádiz y desde la borda ya pudo divisar la imponente masa vegetal que brota poderosa desde las Murallas de San Carlos hasta el Baluarte de la Candelaria. Victor se quedó prendado de la Alameda y de sus ficus centenarios. “Nunca había visto unos árboles tan sofisticados ni tan impactantes como estos”, recuerda. Continuó andando por entre la fronda del Paseo Carlos III hasta llegar al Parque Genovés, “uno de los mejores de los que he visitado”, confiesa. El estudiante de jardinería y paisajismo parisino se quedó prendado de la mezcla de estilos que encierra este espacio verde que mandase construir el alcalde Eduardo Genovés en 1892. “Tiene de todo: jardín francés, italiano, un homenaje a las fuentes de La Alhambra en su paseo principal, el aroma de la dama de noche y del jazmín, que me recuerdan mi niñez, y esa cascada sobre la gruta... me parece un deleite para la vista, el olfato y el oído”, asegura. Victor se confiesa admirador, sobre todo, de los jardines ingleses y de los tropicales, como el Botánico de Río de Janeiro, por encima de los franceses.
Así que a la hora de escoger un lugar donde hacer sus prácticas no lo dudó ni un minuto. Con la ayuda de un amigo gaditano escribió a la empresa que gestiona el mantenimiento de parques y jardines en Cádiz. Cuando nos contó su experiencia llevaba 17 días encantado de estar faenando y aprendiendo lo que le gusta, precisamente en esta ciudad, “rodeado de magníficas personas y profesionales”. Lo mismo plantando metrosideros que pensamientos. Pero todo tiene su final. Hace poco tuvo que volver a Francia a terminar sus estudios. Aunque asegura que no tardará en regresar a la vieja ciudad del balcón verde donde sofisticados árboles gigantes siguen creciendo al filo del mar.
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