Cuando Cádiz ofreció asilo al Papa
Historias de Cádiz
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Benedicto XV, Giacommo della Chiesa, fue elegido Papa en 1914, cuando la Gran Guerra apenas había comenzado. Los cardenales confiaron en Della Chiesa por su prestigio internacional y enorme experiencia diplomática. Todos confiaban en su capacidad para lograr la paz en el mundo. Sin embargo, pese a desplegar una incesante actividad y dirigir multitud de mensajes, la guerra se prolongaría con una increíble crudeza durante cuatro años.
La Primera Guerra Mundial puso en grave peligro la integridad del Papa. En 1915 no existía aún el Estado Vaticano y la entrada de Italia en el conflicto era una amenaza para la vida y la independencia de Benedicto XV. La diócesis de Cádiz, como también otras españolas, ofreció acoger al Pontífice mientras durara la guerra mundial ya que España había declarado oficialmente su neutralidad.
En 1915 Italia entró a tomar parte en el conflicto armado alineándose con los países aliados. La Santa Sede había perdido muchos años antes los Estados Pontificios y el Vaticano estaba bajo la soberanía de Italia y quedaba peligrosamente expuesto a lo avatares de la guerra. España, por el contrario, había ratificado su neutralidad y parecía un lugar idóneo para que Benedicto XV pudiera continuar su labor apostólica libremente y alejado de los peligros de la guerra.
En Cádiz, como en todo el orbe católico, tuvieron lugar solemnes funciones religiosas para pedir por la paz en el mundo. El obispo de la diócesis, José María Rancés y Villanueva presidió las ceremonias de rogativas por la paz que se celebraron en la Catedral. En febrero de 1915 hubo procesión solemne por el interior del templo y después de los rezos de la horas Sexta y Nona, el Santísimo quedó expuesto a la oración de los fieles. El obispo con los gaditanos que llenaban a rebosar la Catedral rezaron la oración compuesta especialmente por el Papa Benedicto XV para lograr la paz en el mundo.
En la parroquia de San Antonio, en las mismas fechas, también hubo oración solemne por la paz, con procesión por el interior del templo y estaciones ante el Señor del Patio y la Virgen de Lourdes.
Con independencia de estas rogativas, la jerarquía católica comenzó a exponer la necesidad de que el Papa Benedicto saliera de Italia y encontrara asilo en otro país alejado de la guerra. Y ninguno mejor que España para esa misión, ya que el Gobierno había insistido en la declaración de neutralidad. El obispo de Cádiz y otros miembros del Episcopado español expusieron esta idea. Todos temían un avance de las tropas alemanas sobre Roma y que el Papa no tuviera más remedio que ligar su suerte a la de Italia.
La idea del Episcopado español fue expuesta al Rey Alfonso XIII, que desde la neutralidad de España en el conflicto llevaba a cabo una meritoria labor en favor de heridos y prisioneros de la Primera Guerra Mundial. En el mismo Palacio Real, Alfonso XIII había creado una oficina de atención a los prisioneros de ambos bandos, donde numeroso personal llevaba a cabo esta encomiable labor que todavía hoy no ha sido reconocida debidamente. Gracias al Rey de España hubo intercambio de prisioneros e información detallada a los familiares sobre su situación,
Alfonso XIII hizo suya la idea de acoger en España al Papa y le ofreció como lugar de residencia el impresionante Monasterio de San Lorenzo del Escorial. En una carta, el Rey de España recordaba al Pontífice los sentimientos católicos de la inmensa mayoría de los españoles y detallaba minuciosamente las ventajas materiales y de todo orden que supondría utilizar el Monasterio de El Escorial mientas durara la Guerra Mundial. El Gobierno español, presidido por Eduardo Dato, garantizaba a Benedicto XV la libertad absoluta para ejercer su labor y los medios necesarios para llevarla a cabo. Al parecer fueron ofrecidos al Papa el traslado en barco hasta Valencia y en tren especial hasta El Escorial con todo el personal del Vaticano y la documentación que fuera necesaria.
Mientras tanto, el obispo de Cádiz, José María Rancés, nombró una comisión para todo lo relacionado con la adhesión de nuestra diócesis al Papa y el ofrecimiento de residencia temporal mientras durara la guerra. Dicha comisión estuvo compuesta por el doctoral de la Catedral, Eugenio Domaica Martínez de Doñoro, y los fieles José de Bedoya y Carlos Martínez del Cerro.
En la puerta de todas las iglesias y parroquias de la diócesis de Cádiz fue colocado un mensaje en el que se hacían fervientes votos para la terminación de la Guerra Mundial y mostraba entusiasmo por poder acoger temporalmente al Papa si consideraba necesario salir de Roma. Miles de gaditanos firmaron los citados pliegos que fueron remitidos al Vaticano.
Rancés también exhortó a todos los gaditanos para que rezaran oraciones por la paz en el mundo y que con el mismo fin llevaran a cabo, en la medida de lo posible, tres días de ayuno.
Poco tiempo más tarde, el presidente del Gobierno, Eduardo Dato, comunicaba que el Santo Padre había agradecido vivísimamente los ofrecimientos realizados para residir en España, pero que manifestaba que su obligación era permanecer en Roma luchando por alcanzar la paz mundial.
Fracasó el Papa en sus múltiples intentos, a pesar de la infinidad de gestiones realizadas y que no siempre fueron comprendidas por los países en guerra.
Muchos años más tarde el cardenal Joseph Ratzinger, al ser nombrado Papa, eligió el nombre de Benedicto XVI en recuerdo del anterior Benedicto, “que había dirigido la Iglesia en tiempos muy difíciles”.
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