Los habitantes de la ciudad sin techo

Calor en la calle de los silentes

  • La crisis económica ha provocado un fuerte incremento de personas que tienen en la vía pública sus precarias ‘viviendas’. Colectivos de ciudadanos les prestan ayuda, sobre todo alimentos, cada jornada

Las calles de Cádiz son testigo de la presencia de numerosas personas que tienen ese suelo como su único hogar. Solo dando un paseo por la avenida principal de la ciudad se observa un aumento de personas que se encuentran con necesidades. Los bancos de los parques, los cajeros de los bancos que aún mantienen abiertas sus puertas por la noche y los soportales son lugares propicios para que cualquiera que carece de techo se resguarde por las noches, más aún con el frío cortante que se está sufriendo en estos últimos días.

En un tramo de 100 metros, desde Telegrafía hasta la calle Velázquez  son varias las escenas que se observan. Un señor con grandes barbas con su mochila de acampada rebuscando en los contenedores situados ante el edificio de Las Brisas. En la misma plaza de Telegrafía, acompañado de su perro –ambos bien abrigados– y portando un carrito de compra con todas sus pertenencias, otro hombre comía un bocadillo mientras tomaba algo del tenue sol que brilla estos días. En la misma plaza en una de las bancadas existentes al fondo, donde se encuentran las pistas de pádel, había una manta abandonada. Resto de lo que habrá sido morada por una noche para alguien.

La decadencia, consecuencia de la crisis económica, está siendo cada vez más presente en las calles. Junto al local de la ya cerrada panadería de La Chiclanera cerca del Estadio suelen coincidir dos hombres pidiendo en escasos 20 metros. Nunca han tenido conflicto pero esperan la ayuda de la misma gente todos los días. Sería recomendable darse un paseo sin obviar los detalles que evidencian esta situación. Cada vez más locales cerrados, más personas que utilizan bicicletas para trasladarse –para algunos un bonobús empieza a resultar un lujo– y más mendigos pidiendo ayuda. Todo está encadenado.    

Existen personas que reservan un pequeño espacio en sus vidas para prestar algo de atención a estas situaciones humanas. Uno de los grupos que salen semanalmente son Calor en la Noche. Su base operativa está en el colegio La Salle-Viña. Se organizan en ocho grupos que se van turnando y salen todos los viernes por la noche. En sus coches parten con mantas, gorros, sacos de dormir, leche caliente, café, caldo de puchero y bocadillos. La pasada noche del viernes, con 5 grados marcando en los termómetros, en progresivo descenso, salieron dos grupos, uno que cubría el centro y otro Puerta Tierra. Juan Jesús, Tomás, Kike y Pablo entre los más jóvenes y Rafael, Nieves, María Luisa, Moli y Antonio entre los adultos. Cuentan con la ayuda de un médico, el doctor Fernando Carmona, que está disponible si se encuentran con algún problema de salud.

Para su recorrido llevan unas veinte raciones. Mohamed es el primero que recibe la asistencia. Vive en la zona de la estación de tren, es marroquí y tiene a su madre en Madrid. Para Mohamed tienen preparado un bocadillo de queso por ser musulmán. Esos detalles también los cuidan. Según cuenta Rafael, el responsable del grupo de extramuros, “una vez se le escapó que le había dicho a su madre que trabajaba en Cádiz”. Es algo habitual, que las familias ignoren como viven sus parientes. Algo parecido le pasa a Paco –en la sede de Agricultura–, aunque según cuenta está de enhorabuena porque le resta una semana para ir a Palencia donde su hermana le ha conseguido un trabajo en la construcción. Resulta extraño que tras tres años en las calles de Cádiz nunca antes haya pedido ayuda a su familia. Es de esperar que el publicar su situación actual no sirva de prejuicio en su futura vida.

Pero hay más historias invisibles en las calles gaditanas. Leopoldo y Carmen dormían en el pórtico del edificio de los Sindicatos. Son bastante mayores. Según ha contado Leopoldo llegó a Cádiz un mes antes de la explosión de 1947. Una vez le contó a Rafael que “nació en la calle y morirá en la calle”. También se encuentran a Carlos con su buen humor en la playa Victoria, con su  cortafrío y modelando la arena con sus figuras. Pese al frío y vivir en la calle tiene tiempo para contar un chiste y agradecer la ayuda mientras le entregan el bocadillo, una braga para el frío, un saco de dormir y un caldo caliente. “Para qué tantas fotos a mi, ni que fuera Elvis”, bromea.

En las calles se ven carteles en los que se pide una sencilla ayuda para comer, en otros, como el de un hombre a la altura de San Felipe Neri, pide trabajo o una mochila, como lo hace otro en la puerta del antiguo Piano Club junto a Residencia. A las puertas de los supermercados, en las iglesias, junto a los bancos. Personas que portan maletas, con sus vidas a cuesta, en muchas ocasiones acompañados por animales. En la Avenida, por Canalejas, en el centro, pasan inadvertidos , permanecen silentes con sus vidas reducidas a los pocos metros cuadrados que ocupan. Son recuerdo para todos de lo frágil que es la barrera que separa la calidez de un hogar de la soledad, el frío y la crudeza de la calle. 

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