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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Por defecto

SUPONGO que el fenómeno en Psicología tendrá un nombre o varios y que se le habrán dedicado tesis doctorales y habrá teorías estrafalarias y enfrentadas a muerte. Yo hablo desde la observación a pie de calle. La mente en blanco no existe fuera de casos extremos, al menos en mi experiencia. Siempre hay un tema que, por defecto, como en los ordenadores, se impone en nuestro pensamiento.

Cuando uno está enamorado, es el ser amado, ella o él. Los místicos viven siempre bajo la mirada amorosa ojos de Dios, correspondiéndola, en juegos de ojos infinito, y los creyentes pueden disfrutar, durante algún intervalo de tiempo, de esa deliciosa sensación de amor constante, altísimo e íntimo. En los períodos de efervescencia creativa, un autor vuelve y vuelve, al menor descuido, a las rimas de su soneto o a las volutas argumentales de su narración. Acaba viviendo, como han dicho tantos, con sus personajes. Esas son las tres situaciones por defecto más hermosas que caben, pero hay muchas más, y también las conocemos. El hambriento que piensa en la comida, o el ansioso en el sexo, o el agobiado en el trabajo, o el avaro en el dinero, o el político en las luchas intestinas de su partido, etc.

Creo que el mecanismo está claro y que es muy fácil diagnosticárnoslo y saber en qué cuestiones estamos ahora programados por defecto. ¿Nos despertamos pensando en qué? Cuando nos despistamos, ¿con qué idea recurrente acabamos topando? ¿Qué soñamos y con qué nos desvelamos?

El cerebro y el alma tienen un agudo horror vacui, y es natural que cojan el sendero de la querencia y regresen al pesebre de la idea principal. No creo que nadie deba considerarse un obseso por tener el automático encendido para unos temas bien concretos. La obsesión es cuestión de matices y de intensidades: cuando no se puede concentrar uno en nada distinto o cuando hacer otras cosas te supone un esfuerzo sobrehumano.

Con todo, el peligro existe y, por eso, tantos venden los beneficios del nirvana y dejar la mente en blanco. Es una manera de huir de la obsesión, desde luego. Yo prefiero cogerle las vueltas al mecanismo mental inevitable y propongo (me propongo, vaya) recuperar aquellos tiempos más hermosos en los que la mente se iba sola a lo mejor y más hermoso y más noble. Por defecto, sí, pero nunca un defecto fue más perfecto. De entonces, el alma recuerda esa querencia, y hay que animarla a retomar esos senderos.

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