Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Qué bostezo
EL Derecho presenta un desorden importante. Entre avances tecnológicos y lo de "aprendiz de brujo" que encanta a legisladores y gobernantes, nos hallamos en medio de un complejo enredo. ¿Algunas manifestaciones? La principal el, así llamado, "derecho" al aborto (a veces me pregunto, cómo explicar de modo coherente las sutilezas alcanzadas en el derecho al voto del accionista, cuando puede suprimirse -¡qué horror!- a uno por nacer). Otros atentados se avecinan al señalado: me cuento entre quienes mantienen, que por haber auspiciado adopciones con cuestionable porvenir, futuros gobiernos habrán de afrontar demandas firmadas por hijos de parejas homosexuales; vamos, algo semejante a lo acaecido con los pleitos contra tabaqueras y Estados. De los desarreglos en el tramo final de la vida recibimos también muy tristes noticias de vez en cuando.
En ese pimpampum se nota, a poco que uno se pare a pensar, una ligereza en las afirmaciones que con demasiada frecuencia andan a nivel de patio de colegio. Todo apunta a que estamos logrando alejar de nosotros esa funesta manía de pensar: ¡andamos tan ocupados en hacer cosas tan importantes que damos por buena la primera patochada (o la segunda)! La reflexión, la consideración de los efectos de las acciones y de las omisiones, en definitiva, la cotización muy a la baja del mejor yo y del mejor tú, está arruinándonos de verdad (también estoy entre quienes estiman que la actual crisis económica guarda una relación de causalidad con las perrerías contra la natalidad).
Las amenazas que el Derecho propina a la libertad y a la igualdad acompañan a las mencionadas. Entre aquéllas, la aludida en el título (a la que había que referirse con su entorno, para mantener el norte). En una reciente viñeta, el día de los enamorados, Miki & Duarte dibujaban parejas de niños y niñas entrando en la escuela de la mano, mientras Cupido, con cara de una sonriente Mar Moreno, disparaba sus flechas. Pero ¿de verdad que el dinero público (el logrado con nuestros impuestos) no puede subvenir a la educación diferenciada?
Así era en Alemania (tampoco nos sorprendamos, en todas partes cuecen habas) y así va a (poder) dejar de ser allá, después de una sentencia de la instancia judicial administrativa superior: unos padres deseosos de que sus hijos disfrutasen esa modalidad educativa chocaron con la negativa del gobierno regional a la subvención y después de las tres sentencias de rigor la cuestión ha quedado zanjada (el pasado 31 de enero): la educación diferenciada resulta tan digna de subvención como la no diferenciada. Cabría añadir: como es normal (¡pero ya se ve que no tanto!).
Desde luego, en un escenario de educación subvencionada con el dinero de los contribuyentes, tiene muy poco sentido el manejo de modelos estrictos: aquellos que acaban impidiendo la elección por parte de los padres. Tengo mis dudas acerca de si lo preferible sería que cada contribuyente con hijos en edad escolar recibiese de la Agencia Tributaria la cantidad correspondiente para que se la gastase como le pareciese (el famoso cheque escolar que funciona en algunos lugares). Parece la fórmula más sencilla para proteger la elección de cada cual, con lo que libertad e igualdad empezarían a quedar más aseguradas.
Puede pensarse, y se acertará, que soy un ignorante en el pormenor organizativo de lo apuntado. Sé que hay más modelos. En nuestra comunidad, por ejemplo, existen centros con educación diferenciada que han funcionado de modo ejemplar con las subvenciones ordinarias, los padres están contentos (incluso muy contentos), igual que los profesores o los alumnos. Por eso parece importante preguntarse: ¿de verdad que es imprescindible que dejen de existir? ¿Tanto daño provocan? ¿Qué se pretende al retirarles la ayuda?
Aquí entra el canon de la igualdad. Ha de ser primorosamente empleado, pues quien lo usa se arriesga a imponer credos (por mayoría o por lo que sea). La historia nos enseña la inutilidad de ahormar ciudadanos, por eso rechazamos (espero que con energía creciente) que tal uniformidad se haga en nombre de la igualdad y por decreto. Todos podemos llevar atuendo semejante, porque así nos pete; pero noticiamos los cortes de pelo estándar norcoreanos. Si en lo anterior todos coincidimos, me parece, porque no creo que nadie desee sustentar que chicos y chicas hayan de hacer algo por orden de la superioridad y sin contar con sus progenitores (¡ay, las juventudes hitlerianas y las visitas a las casas en mañana de domingo para reclutar a los jóvenes!), ¿cómo admitir que en nombre de la igualdad se retire la ayuda a centros con unos resultados educativos superiores?
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