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España en Eurovisión: del suspenso a la matrícula de honor

Las eurovisivas Beth, Blanca Paloma y Chanel en una imagen reciente.

Las eurovisivas Beth, Blanca Paloma y Chanel en una imagen reciente. / Sergio Pérez/Efe

Sobrevalorado, kitsch o friki. Son solo algunos de los calificativos que el público general aplica al certamen de la canción por excelencia. Eurovisión puede ser eso y todo lo contrario. Sin embargo, ni es más hortera ni pasado de rosca como espectáculo que 11 señores en calzonas sobre el césped o una muchedumbre apostada a las puertas de una ermita para venerar a una figura mariana. Me refiero a la Blanca Paloma –la almonteña, no la ilicitana–. Dios sabe por qué Eurovisión está peor considerado por la opinión pública que otro tipo de manifestaciones de fervor colectivo.

Como evento de masas, Eurovisión tiene más que ver con el ser humano que cualquier rasgo de nuestra idiosincrasia. Apela a las bajas pasiones a través de la música y convierte una competición entre naciones en la radiografía más certera de lo que significa Europa como territorio y las relaciones que lo conforman. Eurovisión, sí y a pesar de la incomprensión enquistada, es muy necesario para entender nuestro contexto y a nosotros como comunidad. Y es una fantasía.

A día de hoy y a falta de vivir esta noche la gran final en Liverpool, Eurovisión ha celebrado 67 emisiones, es seguido en todo el mundo por más de 160 millones de personas –según los datos aportados por la UER sobre la edición de 2022–, cuenta con su propia película, su versión infantil, ha impulsado carreras musicales y dejado canciones incrustadas en la memoria.

Massiel, entre el Dúo Dinámico y su rival eurovisivo Cliff Richard, la noche que ganó el festival. Massiel, entre el Dúo Dinámico y su rival eurovisivo Cliff Richard, la noche que ganó el festival.

Massiel, entre el Dúo Dinámico y su rival eurovisivo Cliff Richard, la noche que ganó el festival. / Archivo

Y es que Eurovisión, como la energía, se transforma para adaptarse a los tiempos de la celeridad exacerbada. Fue inclusivo antes de cualquier movimiento woke exportado del otro lado del Atlántico, entró en el nuevo milenio al galope de las nuevas necesidades catódicas –instauró el televoto y eliminó la orquesta– hasta convertirse en un actual y apabullante despliegue audiovisual y se adentró en las redes sociales para generar encendidos debates entre propios y extraños. A dicha evolución se han ido sumando los participantes. España, en concreto, ha vivido el proceso en un estado situado entre el pasotismo y el orgullo de boca chica.

Aunque nuestro país ha dejado coplas de altura como Yo soy aquel (1966), Gwendolyne (1970), Eres tú (1973), Su canción (1979), Bandido (1990), Bailar pegados (1991) o Vuelve conmigo (1995), también ha ido cargando desde la entrada del nuevo milenio, su peor época en calidad de propuestas y puntos, con el sambenito de pésimo estudiante, aquel que se conforma si acaso con el cinco raspado, con cumplir con la cita, con pasar desapercibido para ponerse con otra tarea mucho más interesante. España, sin duda, no ha hecho los deberes eurovisivos.

Incluso las dos únicas victorias patrias con La, la, la (1968) y Vivo cantando (1969) sufrieron antes y ahora los sinsabores del cuestionamiento, de esa tendencia tan hispana de esconder el éxito propio. A Massiel los británicos le siguen reclamando la victoria y a Salomé no le debió hacer ni pizca de gracia compartir el trofeo con tres países.

España nunca ha podido saborear la gloria por derecho. Pero lo hará, y muy pronto. Lo aseguraba recientemente María Eizaguirre, directora de Comunicación y Participación de RTVE. El cambio tiene nombre propio: Benidorm Fest.

Hasta en 12 ocasiones ha quedado España en la cola de la clasificación desde el año 2001

De la inopia a la gloria

Habrá que agradecerle eternamente a RTVE la apuesta decidida por sacarnos de la irrelevancia eurovisiva con Benidorm Fest. Una preselección de altura para terminar de una vez por todas con los paupérrimos balances de los años 2000.

España ya no sale a figurar, sale a comérselo todo. Lo demostró Chanel en 2022, con un tercer puesto también muy discutido –no nos libramos nunca de la maldición de no poder gozarlo hasta el final– pero que devolvió la ilusión ante una batalla que parecía perdida.

Buenas previsiones para que vuele alto hoy tiene también Eaea de Blanca Paloma, que no se ha bajado del top 5 en la mayoría de las apuestas y que presume de la propuesta escénica mejor concebida, desarrollada y promocionada de España en Eurovisión. Deberían darle ya el micrófono de cristal.

Pastora Soler logró una décima posición en Eurovisión, uno de los pocos puestos meritorios en los años 2000. Pastora Soler logró una décima posición en Eurovisión, uno de los pocos puestos meritorios en los años 2000.

Pastora Soler logró una décima posición en Eurovisión, uno de los pocos puestos meritorios en los años 2000.

Manel Navarro logró la peor posición para España de los últimos veinte años. Manel Navarro logró la peor posición para España de los últimos veinte años.

Manel Navarro logró la peor posición para España de los últimos veinte años. / TATYANA ZENKOVICH/EFE

España ha conseguido el sobresaliente aunque aspira a graduarse con matrícula de honor. Antes le queda desprenderse de automatismos, complejos y un pasado reciente de caspa y desidia. Ojo, el peso de la responsabilidad no debería de caer nunca sobre los participantes. Hicieron lo que pudieron con los recursos de los que disponían. Era sólo cuestión de tomárselo en serio.

Empezó el milenio con buenas perspectivas con el sexto puesto de David Civera y Dile que la quiero, y recogió el testigo el fenómeno OT, que elevó a los altares a Rosa con Europe’s living a celebration (7º puesto), Beth con Dime (8º) y Ramón con Para llenarme de ti (10º).

A partir de ahí todo derivó en tragedia y con sendas excepciones –Pastora Soler y Ruth Lorenzo, asomadas por los pelos al top 10–, el resto de opciones ha sido un cúmulo de despropósitos escénicos, temas mediocres y conceptos mal planteados cuando no inexistentes.

Hasta 12 veces se ha posicionado España en el farolillo de cola –de la posición 20 hacia abajo– , generando una sensación de frustración en el eurofan y una idea justificada de que ni iba ni quería ganar. Un resultado que podría haber sido más catastrófico todavía si no contara con el privilegio de pertenecer al Big Five, esas candidaturas que no comen semifinales como las demás.

De aquellos resultados ya han tomado nota los compañeros de categoría de España. Francia e Italia van a tope, Alemania sigue aletargada pero arriesga y Reino Unido empezó a enseñar las fauces con el leonino Sam Ryder el pasado año en Turín. Hasta nuestros hermanos portugueses aprendieron la lección y tras la victoria en 2017 de Salvador Sobral han llevado las mejores propuestas de toda su historia.

Benidorm Fest y la profesionalidad del nuevo equipo de Eva Mora, jefa de delegación de Eurovisión de RTVE, vislumbran una futura victoria propia en el festival. España busca revalidar nota, mostrársela orgullosa a sus compañeros y renacer desde el trabajo bien hecho. Porque sí, es posible.

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