Primera novillada de promoción de la Maestranza de Sevilla

Sobradamente preparados

  • El buen nivel de Bocanegra (vuelta al ruedo), Mariscal (una oreja), Palacio y especialmente Navalón (oreja), marca el tono del primer festejo veraniego de noveles

  • Buena presentación de los erales de Hermanos Expósito González

Primera novillada de promoción de la Maestranza de Sevilla / Mundotoro

La plaza de la Maestranza adopta un peculiar y genuino paisaje humano, adobado de selecta nevería, en estas seminocturnas que sirven para radiografiar el estado de forma y fondo de las bases del toreo. La oportunidad es de oro y el público -con una mayoría familiar y juvenil que se mezcla con los seguidores de los aspirantes a fenómenos- está siempre dispuesto a alentar los esfuerzos de unos chicos que tienen que vencer sus propios miedos y hasta el peso de la alcurnia del vetusto recinto. Está en juego el vestido de torear que regala la Real Maestranza pero, sobre todo, la posibilidad de seguir navegando en una de las profesiones más bonitas pero más difíciles del mundo.

Desde las Tres Mil y forjado en la escuela de Amate bajo la batuta de Curro Camacho desembarcaba en el inmenso ruedo baratillero el gitanito Lolillo Soto. El chaval enseñó ínfulas de arte, mezcladas con cierta falta de oficio. Y aunque el novillo de Expósito, bronquito y muy suelto, no era el mejor bocado acertó a recetar algún natural compuesto antes de recibir una fortísima voltereta. Volvió al mismo palo, expresándose con desnuda sinceridad y logrando enseñar su personal corte. Lo mató a su modo, pero lo echó abajo. El segundo espada en liza era Fuentes Bocanegra, de rancios apellidos taurinos cordobeses pero presentado por la escuela de Jaén. Desciende del mítico diestro decimonónico del mismo nombre que encontró la muerte en la plaza de Baeza hace 133 años. Si su paisano Manuel Román se había traído nueve autobuses, éste fletó tres. No está mal para empezar. Maneja el capote con temple, a compás abierto y aire abelmontado. Tuvo delante un eral manejable pero a menos con el que se mostró templado, firme y resolutivo en una faena en la que hubo buen fondo y mejor forma. Hay que seguir pendientes de él.

El valenciano Samuel Navalón acudía al certamen representando a la escuela de Albacete. Maneja los trastos con suavidad y se mueve por el ruedo con sencilla y natural seguridad. Más allá de las condiciones de su blando enemigo mostró que sabe torear tela de bien, pulsear las embestidas, imponer cadencia a la brusquedad... Además lo mató de un estoconazo que validó la oreja. El jurado de asesores debería tenerlo apuntado ya en la agenda, más allá del trofeo.

Mariscal Ruiz, de Mairena del Aljarafe, también puede presumir de sangre torera. Hijo, nieto y sobrino de la saga Mariscal, destaca por su altísima estatura pero también por el excelente corte de su toreo de capote. Haciendo honor a su sangre también puso banderillas y toreó con solvente verticalidad, haciendo siempre las cosas bien, a un eral informalote que se movió mejor por el pitón derecho, lado por el que alcanzó a reunirse cuajando excelentes muletazos. El epílogo, al natural y a pies juntos, también fue de nota. Dejó un espadazo trasero y cortó otra oreja.

Aarón Palacio, menudo y maño, recibió al quinto por faroles. Fue un eral suelto, muy a su aire, al que sometió en unos sabrosos muletazos por bajo en el inicio de una faena que sirvió, una vez más, para calibrar la preparación del chico. Se quedó quieto de verdad, toreó hacia dentro -siempre en el sitio- y sobre todo acertó a resolver los problemas de ese molesto y picante quinto que se movió mucho pero no siempre bien. La espada entró a la primera pero el descabello encalló.

Cerraba el cartel el portuense Javier Ragel, formado en la escuela de La Gallosina, que había sorteado el novillo más escurrido del envío de José María Expósito. El quite correspondiente lo hizo Bocanegra, delatando que Soto -con un brazo en cabestrillo, metido en el callejón- se había resentido del revolcón. Animoso y apoyado en la voz, iba a cuajar una faena de pura esgrima -en la que no faltaron buenos muletazos- ante un enemigo descompuesto y sin estilo al que mató bien. Tampoco se libró de un trompazo.

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