El triunfo de los 'Mahara'

Tras el reconocimiento conseguido con su tinto de la tierra, los hermanos Miguel y José Gómez se plantean ampliar la bodega y traérsela a La Isla

Los hermanos José y Miguel Gómez, con su tinto de la tierra.
Arturo Rivera San Fernando

12 de junio 2016 - 01:00

Además de los lazos de sangre, los hermanos Gómez -los isleños Miguel y José- tienen en común una embriagadora y seductora pasión: la del vino. Y una obsesión acaparadora que arrastran desde que empezaron en el oficio y que toma cuerpo en torno a una marca que en gran medida ha nacido bendecida por la fortuna: Mahara, un insólito tinto de Cádiz hecho con tintilla de Rota en suelo de albariza que se ha colado con un sobresaliente alto en la guía de vinos del estadounidense Robert Parker, que se considera la más influyente del mundo. La añada de 2014, la que ahora está en la calle, acaba de conseguir 92 puntos, lo que supera incluso la primera valoración que se hizo del producto (que le daba 91).

Este reconocimiento ha sido un espaldarazo decisivo para los hermanos enólogos, a los que verdaderamente les costaba trabajo dar salida a las primeras botellas de Mahara que tomaron forma en la bodega. Y eso que solo hicieron unas pocas. "Empezamos con esto en 2011. Hicimos unas mil botellas, simplemente para tantear el terreno y ver cómo funcionaba, si tenía salida o no", explican. Hacer un tinto en Cádiz y utilizar la tintilla de Rota era algo que nadie hacía y en lo que casi nadie creía, advierten. "Nos decían que no valía la pena, que la tintilla no servía".

"Y nos costó bastante trabajo. Hasta que empezamos a tener suerte. Uno de los hombres-Parker, Luis Gutiérrez, vino a Cádiz y probó el Mahara. Le dio 91 puntos", recuerdan. Eso hizo que todo cambiara. De repente empezaron a ponerse en contacto con ellos, a llegar pedidos... Y la aventura de los dos isleños que querían hacer un vino exclusivo de la tierra empezó a ir viento en popa. Hoy, el Mahara se ha colado en los restaurantes más selectos, llega a Estados Unidos, a Suecia... Y tiene un hermano menor: el Amorro, un vino muy liviano hecho también de la mezcla de tempranillo y tintilla al que les gusta llamar un tinto 'blanco'. Eso sí, la producción es pequeña, se mantiene en torno las 3.000 botellas. "Ahora, en vista de lo conseguido, es el momento de dar el gran salto. Y lo estamos pensando, aunque la verdad es que da algo de miedo", reconoce Miguel, el mayor de los Gómez. Quieren además que la bodega -actualmente en Ronda por razones de mera logística y por otros proyectos en los que andan inmersos- se traslade a San Fernando: los dos llevan a La Isla por bandera y aspiran además a que su trabajo, su producto, se quede en casa. De hecho, andan buscando el sitio perfecto para la bodega. "Queremos que se haga aquí", sentencian.

Licenciados en Química y Enología, Miguel y José, aprendieron el oficio en viñedos de California, el Bierzo, Chile, Nueva Zelanda, Argentina... hasta que la vendimia -como la marea- los trajo de vuelta a la costa gaditana, a su casa. En realidad, aunque aquella vida de viajes y aprendizaje les encantaba, no les supuso mucho problema quedarse en Cádiz al cabo de unos años porque aquí, mientras trabajaban en distintas bodegas de la zona, podían ir dando forma a su gran sueño: hacer un vino de la tierra. "Es lo que siempre hemos querido. Hablamos de un vino de aquí, que hable de Cádiz, de su idiosincrasia, de su manera de ser... Queremos que, si compras una botella de Mahara en Nueva York, cuando la descorches y te lo bebas puedas decir: esto es Cádiz", explican.

Era su obsesión. Y eso -advierten- se hacen en primer lugar trabajando con las variedades autóctonas. "Se trata de aprovechar las variedades que tenemos aquí, que son las que siempre han estado y que seguramente nos darán la posibilidad de hacer algo verdaderamente de Cádiz y algo que sea especial", explica Miguel.

Ese es el primer paso. Pero ambos hermanos son dos ecologistas convencidos. En sus bodegas se rehuye de las máquinas y de aditivos, se prefieren ante todo las tinajas de barro, el trabajo con las manos, por gravedad, controlando la fermentación con catas constantes... Y se cree a pies juntillas que existe una relación directa entre la implicación personal en la elaboración del producto y el resultado final. "Esa intención, esa energía que plasmas en el trabajo, se nota en el resultado", señalan. Así que, cuando algún crítico o experto les tacha de "innovadores" tras probar su tinto, ambos hermanso sonríen para sus adentros. "No hacemos nada nuevo. Todo esto ya lo hacían aquí los fenicios", advierten.

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