Esta misma semana, en una carnicería de Cádiz, una señora decidió estornudar a lo grande. Cabeza arriba, cabeza abajo, soltó el ruidoso estornudo hacia el suelo, menos mal que no hacia la vitrina del expositor, y allá que contribuyó, no sabemos si generosamente, a la proliferación de especímenes raros y pocos inocuos. No empleó para nada ese sencillo gesto de llevarse un pañuelo a la boca o el de colocarse el brazo, que no la mano, ante la boca para amortiguar el desparrame. Mientras tanto, se desgañitan las autoridades sanitarias informando de las sencillas medidas con las que se podría frenar la proliferación de un coronavirus que ya se ha hecho como de la familia. Ese lavarse las manos, pero bien y con jabón, que todos damos por sentado que hacemos pero que, viendo la escena de la carnicería, habrá que poner en duda. Vamos a hacerlo aunque sea para prepararnos ante los virus, ahora desconocidos, que quedan por venir.

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