Estar en posesión de la verdad es un deporte muy español. Bueno, igual es una costumbre universal, extendida a los más recónditos rincones del planeta, pero como no sabemos si esta afirmación es verdad, nunca mejor dicho, nos quedamos con la versión española, esa especie de cabezonería ibérica de bellota -de belloteros- cuya máxima aspiración es negar que el señor que está contradiciendo mi argumento puede tener razón: mucha, una mijita, algo; no, nada. Así anda esta España tan bien retratada por el helado corazón de Machado, esa España de los duelos a garrotazos de Goya, esa España que tan profundamente fue llamada querida por Cecilia. La España dividida, esos bandos paralelos que no hacen nunca por encontrarse, y la España de las verdades a medias, que son como mentiras edulcoradas, la España que no escucha a la otra España, a las otras Españas que también existen.

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