EL pasado miércoles se nos convocó en Jerez -no había más sitios- la Delegación de Educación de Cádiz, mediante instancia de la propia Consejería, a todos los jubilados docentes de la provincia que en el presente año hemos pasado a peor vida. Fue un agradable acto en el que la cordialidad y las buenas intenciones preelectorales quedaron patentes, y los agradecimientos por nuestra labor durante tantos años, fueron muy oportunos. Pero al margen de toda esta parafernalia, tuve la satisfacción personal de encontrarme allí a tantos compañeros que, a muchos de ellos, hacía casi treinta años que no veía. Y eso fue lo mejor de esta convocatoria. Por allí pululaban antiguos amigos de mi juventud callejolera, de mucha calle Real y de guateques, de mis Afligidos de siempre o aquellos con los que compartí incipientes amoríos propios de la edad y de la calentura preceptiva. Casi todos los que allí estábamos, muchos de otros lugares de la provincia, -aún guapetones y en casi plena forma, peinando canas unos y otros, los más, con poco que peinar- comenzábamos, tal como en el mismo acto se dijo, el último tercio de nuestras vidas, expresión que me conmovió por su exactitud y por su descarnada verdad.
No obstante, todo esto me hizo reflexionar una vez más sobre mi Isla. Porque esto de jubilarse o de ser jubilado, implica en cualquier ciudad un cambio y un relevo. Una sustitución de personas que han llevado el peso de las responsabilidades contraídas o que han ocupado por su profesión puestos que les correspondían y que, a partir de ahora, otros los van a sustituir.
Y en esta Isla no somos suficientes los que nos vamos, porque en este querido pueblo sobra ya mucha gente. Y no sólo viejos docentes, sino muchísimos otros como políticos de variadas tendencias, sectarios y enrojecidos; articulistas o escribidores trasnochados; eruditos de pacotilla, funcionarios descoloridos; rajadores e insatisfechos de todo; blogueros y opinadores anónimos; depredadores y salvadores de su patria y gentuza en general.
Y así lo creo, mi sorprendido lector, porque esta Isla se nos está quedando rancia y envejecida, y necesita que tantos se jubilen por gusto o por cojones, y ese esperado cambio llegue de una vez. Que muchos nos vayamos a hacer puñetas y, a lo mejor, hasta podría ser un buen negocio en los tiempos que corren. La primera empresa importante de hacer puñetas en este mundo mundial.
Y repito que a este pueblo le sobran gente y malagente, aunque se quede sola -mejor que mal acompañada- y no acudamos a la Lola para que vuelva, porque eso fue otro cuento que nos lo quisimos creer. "Tegquiyá".
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