El Alambique

Libertad / Paloma

Las rotondas

CADA día paso, al menos dos veces, por la rotonda de Pozos Dulces, esa que tiene los días contados. No es la única que atravieso, claro. Solo en el trayecto de mi casa hasta la salida de El Puerto me encuentro con doce rotondas (doce de ida, doce de vuelta). Rotondas peladas, con farolas, con pirámides de sal, con lunares de colores, con barcos, trenes, rotondas en obras, rotondas con barriles y rotondas a secas. Son parte de mi paisaje vital, casi invisibles de tan presentes.

Y sin embargo, un día, no hace tanto, fueron toda una novedad, un signo del avance de los tiempos. Eran aquellos días en los que España iba bien y todos prosperábamos, o eso parecía. Días en los que el país entero se llenó de edificios vacíos y monumentos a la nada, y El Puerto, en su versión más local, se pobló de glorietas.

En aquellos días, los mejores chascarrillos tenían como protagonistas a políticos que no acababan de manejarse bien al volante en estos elementos viarios. A los visitantes les dábamos indicaciones para llegar a la playa o al centro contando rotondas, ante su asombro. Y quienes nos sacamos el carné por aquel entonces no entendíamos que a compañeros de otras ciudades les pareciera tan exótico eso de conducir en círculos. Cambió incluso nuestra forma de hablar: los amigos dejamos de quedar en "la rotonda" para hacerlo en "la rotonda de la Noria", que ya no era única.

En todos esos momentos me recuerdo muy joven, adolescente incluso. Me veo en mi época de estudiante de instituto, en los años de carrera, justo cuando los ojos empiezan a abrirse al mundo y entran ganas de comérselo. En esa época de ebullición y energía, mi biografía, por poco poético que resulte, tiene de telón de fondo alguna rotonda recién estrenada. La de Pozos Dulces, por su tamaño, su diseño, su coste y la polémica que generó su instalación es todo un símbolo.

Ahora su trasformación, como la mía, me recuerda que hay que ir superando etapas. Las personales, por supuesto. Y las colectivas, para evitar repetir los errores del pasado.

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