En el homenaje a José Pedro Pérez-Llorca en el Oratorio, Javier Solana subrayó el "recuerdo eficaz" que nos deja con su legado, porque, entre otras razones, además de ser un gran melancólico, como dijo su hijo Pedro, con su retrato íntimo y maravilloso, también fue un político de acción, al que le gustaba más pensar que hablar, capaz de adivinar el porvenir con su aguda inteligencia y un pelín pesimita, porque estaba siempre bien informado. Un político, también, que era tan feliz cuando compartía con los suyos como con los demás, detrás del acuerdo, construyendo puentes, haciendo lo correcto, aunque no siempre fuese lo perfecto. Así era José Pedro, dichoso con su retorno a Cádiz, tras dejar huella junto a los notables de la Transición con una Constitución que ensanchó las libertades.

Fue imposible no comparar aquel tiempo presidido por los grandes acuerdos con la actualidad, tan crispada, en la que nuestros dirigentes lo dializan todo personalmente, por lo que del consenso ni hablamos. El mejor ejemplo lo estamos viendo -y sufriendo- en los últimos meses en Cádiz, donde volveremos a las andadas y a los tiempos del divorcio entre Junta y Ayuntamiento, si no lo remedia el sentido común. El Ayuntamiento puede recrearse con la titubeante gestión del nuevo Gobierno andaluz, que apenas conoce el terreno que pisa. Y su alcalde, José María González, puede apelar a la histórica indignación de los gaditanos ante la dejación de la Junta durante lustros, y a la inquietud que crece entorno a proyectos como la Ciudad de la Justicia, Valcárcel, el hospital... Sus vecinos sentirán que nada cambia, que siguen empobreciéndose y que están mal gobernados. ¿Qué quiere hacer la Junta con Cádiz? ¿Y qué camino elegirá? Aún no se sabe. ¿Y qué quiere el Ayuntamiento? Tampoco conocemos el programa y las intenciones de un gobierno anticapitalista. Es tan nebuloso su ideario aplicado a gestionar una ciudad, que su razón de ser, a veces, parece descansar sobre las espaldas de Kichi en exclusiva.

El alcalde tiene ganada la batalla del relato por ahora y está en la posición de señalar a la Junta como el enemigo, dañina para los intereses de Cádiz, o como una posible y necesaria aliada para aumentar nuestra autoestima. Para esto último, tanto él como los dirigentes de la Junta han de coincidir en que Cádiz no merece más obstáculos. Todos han de ceder, porque si a un gato se le encierra en un patio sin mostrarle una salida, lo natural es que arañe. Nadie puede discutir que la Junta se ha mostrado contradictoria y hasta desconcertante en sus planteamientos y es hasta saludable censurar los desmanes, cuando se den. También es natural que los recién llegados no siempre acierten a la primera. Incluso sano, así el rival llevará la razón de vez en cuando. Pero sembrar más discordia sería un error, porque perdería Cádiz. Trabajar en la caída del adversario es también frenar el desarrollo de la capital, cuyas costuras resisten a duras penas. Son tiempos, como reivindicó Solana, para remangarse y actuar para que las cosas cambien. El resto, sobra porque la campaña terminó y toca ir a la esencia. Si hace falta, poniéndose en la piel del otro. Es el mejor tributo a Pérez-Llorca y sería el recuerdo más eficaz.

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