Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
QUIEN esté interesado y conoce bien mis opiniones en este asunto, sabrá de mi continua reiteración en algo que está haciendo mucho daño en Cádiz. El nacimiento de esta ciudad se debe, formal y geométricamente, a la emergencia en el Plioceno Inferior, hace ya casi 2,5 millones de años, sobre estratos líticos de una arenisca calcarenita denominada zoomórfica, nuestra doméstica piedra ostionera. Llamada así por incluir junto con su amalgama de arena y calcita, restos calcáreos de los habitantes marinos que la poblaron antes del plegamiento, que las hizo surgir al aire. Nuestra querida piedra marina es el soporte estructural y vital de todo nuestro urbanismo y de la mayor parte de nuestra arquitectura histórica. Siempre extraída, huellas quedan en La Caleta, para ser utilizada como material de construcción. No para ser vista en su textura natural, salvo en contadas ocasiones, como toque urbano en bancos y poyetes. La piedra ostionera, llena de variadas conchas y ripios, debe situarse siempre protegida, siempre oculta. Solo es material para edificar, no es un material estético, aunque no se entienda bien. Nos enorgullecemos de verla vista, cuando debe ser todo lo contrario. Sin protección muere.
Esta ciudad, que incluye en el articulado de su normativa urbanística la prohibición de colocarla vista, está viendo desde hace tiempo alterada su fisonomía, con una peculiar manera de despelleje continuo y mal intencionado. La piedra ostionera, en sillares o mampuestos, no es más que una delicada ejecución interna a modo de osamenta y musculatura, que deberá ser tapada, como si de piel se tratara, con jabelgas, estucados o enfoscados, sobre los que al trampantojo redibujar excelentes formas de bella arquitectura fingida. Ejemplos patrimoniales como nuestras Puertas de Tierra, las Murallas, la Catedral Nueva y decenas de casas en la parte antigua de la ciudad esperan una adecuada y respetuosa terminación. La moda de desollarla sigue inexorable.
Esta ciudad, sobre todo en estos últimos años, tan dañada por el olvido, la rutina y la desigualdad, necesita que no se confunda la realidad con el falso maquillaje. Las semblanzas de nuestras calles, nuestras mejores caras, desmejoran con decisiones contradictorias y fingidas. Es como si se hiciera lo contrario de lo que habría que hacer. Si se aprueban opciones desacertadas, respetables, pero no viables ni urbanística ni arquitectónicamente, al menos deberíamos ser honestos con la verdad de las cosas. La verdad solo tiene un camino, y el tiempo siempre se encarga de desvelarla. Y la piedra se va desgastando día a día. Al tiempo.
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