Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Las mañanas del Dubois en vasos de plástico

Hoy es la mañana del descorche, de las caras que después no volveremos a ver más, porque al final impera el desprestigio del dinero que se no ha ganado mediante el currelo. Es curioso, este país perdona la corrupción de los políticos con gran facilidad, pero envidia soterradamente (la envidia siempre se mueve por niveles inferiores) los jurdeles alcanzados por la vía de la suerte. A la mayoría de los agraciados se los lleva el viento el día 23, ya no quieren salir, como si fueran víctimas de una suerte de resaca por sonrojo.

Hemos conocido casos de agraciados por la lotería que lo han ocultado de forma muy calculada como si hubieran cometido un delito. El golpe de suerte genera un estallido con sonido de botellas de Dubois recién abiertas y servidas en vasos de plástico que en pocas horas genera una especie de depresión, como si imperara aquella antigua educación que exhorta a no enseñar el dinero, a no manejar billetes en público, a ser discretos y no incurrir en fanfarronerías. Los nuevos ricos de hoy serán ejemplos de discreción mañana, pese a que vivimos en la sociedad que retransmite momentos de la vida cotidiana que deberían ser de consumo interno.

Te enteras por el padre de la vecina que su hija ha sacado el Bachillerato o cualquier graduado de esos que se reparten en mil quinientas universidades españolas, pero no leeremos que le ha tocado el Gordo. Para eso, aunque sólo sea para eso, sí que mantenemos los criterios de pudor. La suerte que tanto anhelamos no tiene prestigio cuando se trata del dinero. El pelotazo en los negocios genera elogios y cierto reconocimiento social, pero no el dinero ganado a espuertas con un décimo de Lotería. Debe ser cosa de la hipocresía de una sociedad que reconoce al pícaro, al listo, al navegador y otras especies callejeras, pero no el designio de la bolita que desciende del bombo por mucho que el número y el premio sean cantados por voces blancas y la melodía sea un himno de la Navidad a la altura del Adeste Fideles.

Contamos con orgullo que nos ha tocado un reintegro y, por supuesto, que nos ha tocado eso que usted está pensando del tamaño de la campana de San Cristóbal de la Giralda, pero jamás uno de los grandes premios. Vivamos como un rito entrañables estas horas de botellas de Dubois y otros vinos gaseados abiertos repentina y nerviosamente con ese menaje de vasos de plástico que forma parte de la tradición. Los ricos que vemos hoy no los volveremos a ver mañana. Ellos se esconden, solo queda el Dubois y un suelo pegajoso por el azúcar del carbónico derramado.

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