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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La maldición de la belleza

Este tópico tiene que ver con el prestigio de la tragedia sobre la comedia, de la pesantez sobre la ligereza

Un día antes del fallecimiento de Carmen Sevilla vi un documental sobre Paul Newman en el que se abundaba sobre la rémora que para él supuso su belleza : le hacía temer que debiera el éxito a sus ojos azules y su griega perfección física en mayor medida que a su talento interpretativo trabajosamente modelado –afortunadamente no destrozado por la sobreactuación como en tantos otros casos sucedió– por el Actors Studio de Lee Strasberg (perfección apolínea que este nieto de emigrantes judíos polacos y eslovacos utilizó para burlarse de los tópicos antisemitas en una divertida escena de Éxodo en la que se hace pasar por un militar inglés 100% anglosajón que engaña a un oficial británico que afirma reconocer a los judíos por su aspecto nada más verlos). Contradicciones: a la vez que apreció que Brooks le diera uno de sus mejores papeles dramáticos en La gata sobre el tejado de zinc odió que decidiera rodarla en color –estaba prevista en blanco y negro– para exprimir toda la belleza y expresividad de la mirada azul de Newman y la violeta de Taylor.

Lo recordé cuando al día siguiente falleció Carmen Sevilla, otra belleza perfecta, una folclórica nada racial, un sex symbol de fino, que no frío, e irresistible atractivo que en los años 50 se disputó el estrellato con la mórbida carnalidad de Sara Montiel. “La gente aplaude a las actrices guapas cuando se ponen feas”, ha dicho Candela Peña. Es cierto. Como lo es que un cómico no es apreciado hasta que no interpreta un papel dramático. Es lo que sucedió con Carmen Sevilla cuando interpretó La venganza.

Es la maldición de la belleza que tiene que ver con el prestigio de la tragedia sobre la comedia, del llanto sobre la risa, de la pesantez seria sobre la ligereza inteligente, de la fealdad –eso sí, “interesante”– sobre un determinado tipo de belleza marcada por la perfección. En Tu rostro mañana Marías elogia la belleza elegante, feliz e inteligente de la música de Henry Mancini: “Hay piezas fundamentales que viajan conmigo si soy previsor o que no tardo en volver a comprarme si me quedo en un país un cierto tiempo, y entre ellas son fijas tres o cuatro de Mancini porque alegran cualquier día tétrico casi infaliblemente”. Más adelante celebra al “jubiloso Boccherini” cuya música “me acompaña donde quiera voy, como la de Mancini”. Añadiría la sofisticada melancolía de Porter y el suave desgarro de Gershwin. Celebremos, en homenaje a Carmen Sevilla, a quienes alegran nuestros días.

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