Su propio afán

Enrique García-Máiquez

Crack del futbolín

01 de diciembre 2024 - 03:07

Leo que uno de los damnificados por las inundaciones de Valencia es Agustín Navarro, carpintero y el último fabricante de futbolines. Su taller fue arrasado por el agua y el barro y ahora los futbolines, el material y las herramientas están inservibles. Tenía grandes tentaciones de tirar la toalla, como nos informa Cristina Magdaleno en El Debate, pero Juan Roig se ha ofrecido a ayudarle, y va a tratar de remontar el partido.

Ha encendido una esperanza en mi corazón. Yo jamás he destacado como deportista de élite, digamos. Fui un voluntarista jugador de balonmano, un golficómano más enganchado que preciso y un regatista lírico, pendiente más de la belleza del horizonte que de la línea de llegada. En cambio, al futbolín he sido toda mi vida invencible.

La cosa empezó como maldición. Mi padre había comprado un futbolín –ojalá de los que Agustín Navarro lleva 40 años fabricando– para donarlo a una proyectada Casa de Hermandad que iba a abrir nuestra cofradía y que quitaría a los jóvenes de tanta calle. Pero al final no se abrió, y el futbolín recaló en casa. Lo recibimos alborozados, pero mis amigos, ay, también, y llegaban a todas horas para echar una partidita. Los amigos de mi padre, igual y, como a veces eran tres, yo tenía que completar el equipo. Al final jugaba al futbolín por castigo. A todas horas. Con sueño. Con dolor de muñecas.

Como a las gimnastas chinas, el sufrimiento terminó regalándome la perfección. Acabé siendo imbatible. Aprovechando que nadie esperaba que yo fuese imbatible en nada, he ganado apuestas y admiraciones por doquier. El futbolín ha sido el mayor éxito de mi vida deportiva.

Ya entonces, como ahora con la política, mi hermano Nicolás y yo solíamos ser rivales, cada cual con un amigo suyo de auxiliar. Pero si jugábamos juntos por un casual, era arrollador. Quizá sea lo único que me dé esperanzas de un pacto efectivo entre las dos derechas.

El año pasado, sin embargo, perdí por primera vez en 40 años. Con un alumno del IES. Presumí en clase de lo único de lo que presumo. Un alumno tímido levantó la mano y me retó. Nos fuimos a un bar (fuera de las horas lectivas). Y me dio una lección. Me encantó, porque saber perder, que es algo que yo no había aprendido en el futbolín, lo tenía muy practicado de otras facetas. Y es bonito ver a los alumnos orgullosos y ufanos. Lo que no me gustaría que se perdiese es el taller de Navarro. Somos su hinchada.

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