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Yo te digo mi verdad

Las cajeras republicanas

Yo dije como resumen: “Es que esto que llevo no es una enseña, no representa a ningún Estado, sino una idea”

Aquella cajera morena, menuda y atractiva me miraba sonriendo como no había hecho otras veces, desde bastante antes de que llegara mi turno en la cola, y empezó esa frase: “Qué alegría ver…” En seguida pensé, iluso, que iba a lanzar un desacostumbrado piropo a mi apariencia, aunque esta no pasara de la física que me he destrozado sin esfuerzo y de una indumentaria de andar por casa que uso mientras los albañiles empolvan y desordenan lo que espero sea un nuevo y limpio orden doméstico cuando acaben las obras de reforma. Pero no, no era mi natural prestancia la causa de la alegría de la empleada del súper.

La frase completa resultó ser “¡Qué alegría ver a alguien con una bandera republicana!”, y la pronunció mientras señalaba con la mirada la pulsera que llevaba en mi muñeca derecha. Sólo pude balbucir “Aaaah… vale”, al tiempo que junto con mi sorpresa le devolvía la sonrisa. “Es que ya está una harta de tantas pulseritas de las otras”, añadió. En la siguiente y cortísima conversación coincidimos casi sin hablarnos en que cada uno lleva lo que quiere, pero que hacer alarde partidario de la bandera de todos no parece muy justo. Yo dije como resumen: “Es que esto que llevo no es una enseña, no representa a ningún Estado, sino una idea”. Ambos terminamos deseando que lo que generalmente significa en las muñecas la rojigualda (al menos para nosotros) no acabe enseñoreando el mes que viene el territorio común de todos.

El episodio me recordó a otro casi calcado de hace unos meses, cuando otra empleada, en este caso en el aeropuerto de Barajas, se dirigió a mí en parecidos términos cómplices y sonrientes, aunque esta empezó alabando mi camisa y pudorosamente deseé que no continuara más allá del pulso. Esta coincidencia me hizo soñar inocentemente con la existencia de una extensa, nutrida y esperanzadora red de cajeras republicanas, tal vez organizadas y sustentadoras de esa idea, como nuevas Marianne pero sin disparos.

Tengo lo que supongo un defecto de nacimiento, y es que nunca me han movido las banderas, que siempre me ha parecido que quieren volver victoriosas al paso alegre de la paz sobre otras, y la jura que hice durante la mili fue tan impostada como la mili misma. Así que si porto la tricolor es por pura defensa de esa utopía pacífica que se declina con sólo tres casos: libertad, igualdad y fraternidad. Hago una excepción con la divisa griega, pero eso no es más que otra debilidad sentimental reconocida.

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