Notas al margen

David / Fernández

El alcalde responde

CUANDO le preguntaron por qué acudió ante el Nazareno para que le impusieran la medalla de la Hermandad, el alcalde respondió con la naturalidad de un chiquillo de cuatro años y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza. Como buen trotskista, también dejó claro que no es un hombre de una sola idea. Lejos de limitarse a señalar que cumplió con la tradición, José María González justificó su gesto porque, aunque sea ateo, "mucha de la gente que nos ha votado lleva al Nazareno tatuado en el pecho". Los comentaristas políticos quedaron alelados: desconocían que existieran acontecimientos a la vez falsos y verdaderos. Pero lo que les impresionó fue la alusión del alcalde a los "transexuales que salen en bata a cantarle saetas" al balcón durante el recorrido, al igual que otros "devotos insignes y respetables, como son todos". González incurrió en la incoherencia más flagrante, pero lo hizo porque, como dejó entrever, está al servicio de algo mucho más grande. Ya saben que, por norma, ningún animal político ha alcanzado el poder sin buenas dosis de autoengaño.

A sus socios de gobierno de Ganar Cádiz en Común, que levantan camiones para morderse la lengua con tanta barbacoa en la playa y tanta ostentación de sentimientos religiosos, se les cortó en este punto la respiración. Hasta le tiraron de la oreja en público, aunque el fuego se apagó en 24 horas. Ni los asesores de Obama hallarían las razones que guiaron al alcalde en su respuesta, pero toda explicación que no pase por su desconocimiento del arte del discurso político más clásico, partirá de un error.

De haber medido sus palabras, González no sería González. Eso sí, habría dormido a pierna suelta. Pero como primaron la espontaneidad y la ingenuidad en su aserto, el Nazareno se convirtió en el asunto estelar también en la asamblea de Por Cádiz sí se Puede, donde por cierto el alcalde estuvo más preciso y brillante que ante los micrófonos. Estos episodios llevan a quienes viven la política de cerca a preguntarse cómo es posible que activistas como él hayan accedido al poder, porque cuanto más tiempo pasa, más se proyectan sus carencias. Algunos analistas lo atribuyen a que su partido supo anticiparse al sensibilizarse y conectar con plataformas ciudadanas como las de los afectados por las hipotecas y los desahucios. En parte es así, porque los recortes han llevado a muchísimas familias al borde del precipicio. Pero la corrupción ha sido decisiva. Los representantes de los indignados jamás gobernarían si PP y PSOE hubiesen mantenido a raya a los corruptos en lugar de protegerlos. Hay sectores de la población que no entienden que se mezcle a los diputados que presumen de "tocarse los huevos" mientras le roban la cartera a los españoles, cuando ahora de lo que se trata es de exigir resultados al alcalde. Pero una cosa no se explica sin la otra. Si PP y PSOE no llegan a traicionar la confianza de sus votantes, no habrían perdido tanto poder. González aún goza del periodo de gracia en que se perdona casi todo porque los ciudadanos, en principio, no reclaman a sus políticos que les gobiernen ni que les digan por dónde cruzar. A estas alturas se conformarían con que sus representantes no caigan en el ridículo más espantoso, y evitarlo está únicamente en sus manos.

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