ISRAEL es lo más parecido, además de al nombre de una comparsa de sonado cajonazo, a una barra de turrón del duro de las que se sacan cada Navidad de la despensa para atizar con ella a los invitados que no se quieren ir. Así es Israel, un pueblo golpeado en su historia por las guerras y la persecución que paradójicamente, lejos de aprender de sus propios sufrimientos, no tiene reparos en contravenir cualquier directriz internacional para bombardear enclaves civiles en los que, aseguran ellos, se ocultan terroristas con niños y ancianos como parapetos. Así es Israel, fiel a su cita navideña con Gaza, amante de las guerras de seis días y dispuesto a arrasar a los enemigos como si fuera el primer mandato de una malinterpretada Torá. Es evidente que habrá que luchar contra el terrorismo, inadmisible en cualquier de sus terribles formas, pero no a cualquier precio. Y pensar que la Intifada la inventó David cuando derribó a Goliat.