A la misma hora que Bilbao festejaba que su célebre gabarra volvía a navegar la ría de Nervión para celebrar el título copero del Athletic, otro barco emblemático, el Vaporcito de El Puerto, se desmoronaba a orillas del Guadalete. La coincidencia tiene su miga. 40 años se ha llevado la embarcación vizcaína esperando la ocasión de tocar agua, guardada en un dique seco como un relicario capaz de unir generaciones. Casi 13 años de humillación e indiferencia padece el barquito gaditano desde aquella aciaga tarde del 30 de agosto de 2011 en que se hundió en el muelle tras chocar con el espigón de la Punta de San Felipe. Resulta inimaginable que la sociedad bilbaína permitiera deteriorarse hasta tal punto la gabarra que acabara pudriéndose. La gabarra es de hierro, el Vapor de madera. La diferencia de materiales nos sirve de metáfora idónea para comparar el tratamiento que unos y otros damos a nuestros símbolos.

Mientras la gabarra recorría ayer orgullosa la ría, en El Puerto el Vapor perdía su popa. Un nuevo hundimiento, el enésimo, en una historia terrible. Nadie merece una agonía tan larga y solitaria. El Vapor no sufre, es un barco, no se trata de concederle sentimientos ni alma, pero su memoria sí que se resiente. Las administraciones han tenido 13 años para echarle un salvavidas a un barco que fue, durante décadas, reclamo turístico portuense, que apareció en el logo que la ciudad exhibía en los carteles de Diputación, esa misma Corporación provincial de la que el alcalde de su ciudad, Germán Beardo, es vicepresidente. Es más, Beardo es el caporal del Patronato de Turismo de una Diputación que gasta ingentes cantidades de dinero en viajes por toda Europa para, además de bien comer, bien beber y bien lo que se encarte, promocionar las bondades de esta tierra. Digo yo que podría haber intentado de alguna manera aprobar una iniciativa provincial para reflotar un símbolo de la Bahía de Cádiz. Mal va nuestra sociedad si no concedemos importancia a la derrota de lo viejo, si no se respeta la historia, las emociones, la capacidad de traspasar las tradiciones de generación en generación.

En mayo de 2020, la asociación portuense El Vaporcito, junto al propio Beardo, y la presidenta de la Autoridad Portuaria, Teófila Martínez, presentaron el proyecto de recuperación del Adriano III. Beardo explicó entonces que uno de los principales objetivos municipales era la renovación del paseo fluvial junto al Guadalete y dedicar un espacio a la memoria local, donde encajaría un museo del Vapor y un busto dedicado al que fuera durante tantos años su patrón, Pepe el del Vapor. Ese proyecto tendría un coste de unos 400.000 euros que se sufragarían con fondos y aportaciones privadas. Cuatro años después, no solo ese museo del Vapor existe únicamente en el imaginario popular sino que el barco se va desmoronando poco a poco, convirtiéndose en astillas, en polvo, en nada. Ante tanta desidia también cabe la opción más radical, una que nunca entraría en la mentalidad vasca: dejar que el Vapor siga pudriéndose mientras se convierte en monumento a la incapacidad, la inutilidad y la desgana de la clase política de esta tierra.

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